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Perpetuación de Judas. Bernardo Ruiz (Excelsior, 16 de mayo de 1993).

Contenido

1. Perpetuación de Judas. Bernardo Ruiz (Excelsior, 16 de mayo de 1993).

2. De antihéroes y tumbas. Arturo Monterroso.

3. En el filo: Voces de la imaginación colectiva. Nuria Boldó, especial para Guía 21.

4. El filo de la violencia. Tania Palencia.

5. Un tigre de papel. Lucrecia Méndez de Penedo.

6. En el filo: La crisis de la utopía revolucionaria. Jorge Rogachevsky [Revista La Ermita, Guatemala].

7. "En mi país no se lee, ni se critica; sólo se mata". José Luis Perdomo Orellana. [El Financiero, México, 23 de abril de 1993].

Hace más de veinte años, cuando el prestigio de las revoluciones no había sido desgastado aún por la influencia de los medios, un pandillero, en una película, comentaba a otro "eres muy joven, ten cuidado, nunca confíes en nadie, jamás le creas a nadie que es tu amigo".

Duro el aserto, más difícil de olvidar cuando se lucha. La imagen, hoy lejana, de Holmes y Watson, se ha diluido con las décadas. Qué padre Brown, qué Barlach, cuál Bond es capaz de abrir su corazón o confiar en el prójimo.

Confianza y lealtad son términos universales, un binomio cuyas definiciones acuerdan parejas, familias, mutuas y clanes, de manera inmediata, como una necesidad intuitiva para la supervivencia de toda sociedad.

Para nuestro tiempo, los servicios de espionaje y contraespionaje, los agentes dobles, los infiltrados en sindicatos, empresas, gobiernos u organizaciones de cualquier índole son parte de los conceptos que refuerzan el término confidencial, los acuerdos secretos, la desconfianza.

La amistad no queda al margen de estos cercos. Clases sociales, grupos y organizaciones exigen para su conservación y defensa un hermetismo absoluto respecto a sus costumbres y ritos. Al indiscreto se le castiga con la expulsión. Al traidor con el hostigamiento y la amenaza de muerte. Ésta modernamente llega a ser simbólica entre los grupos que aceptan la vigencia de las leyes dentro de los sistemas que los sostienen.

No puede ser así en organismos cuya cohesión adopta metas, valores e intereses inconciliables con los del Estado o sociedades análogas. Las mafias, ciertas formas de cacicazgo, las bandas, los traficantes o los grupos subversivos adoptan por ello este principio. El traidor debe morir. El destino de Judas Iscariote sigue siendo enseñado y difundido sin cortapisas de ninguna especie en pulpitos y conversaciones como una referencia eterna. La conclusión reza: si el traidor no se da muerte por su mano es necesario dársela.

Para el pensamiento occidental la autoinmolación que hace un héroe para alcanzar este grado de reconocimiento o el harakiri de los orientales carecen de un juicio condenatorio: aunque en contraste el suicidio sigue siendo mal visto y despreciado por nuestras culturas. De modo semejante, reconocemos, aunque cada uno de nosotros tenga un concepto diverso de nación, traicionar a la patria conlleva una degradación tan grande como el parricidio. No en vano los términos poseen un mismo origen. ¿Cómo ilustrar estos conceptos? ¿Cómo recapacitar acerca de sus matices y consecuencias?

El que se edite, durante la primavera de 1993 En el filo de Marco Antonio Flores (Guatemala, 1937) provoca, en principio, esta meditación. En el filo nos descubre a un viejo y experimentado militante de la izquierda guatemalteca. El Tigre, tan reconocido como degradado. Ante la sospecha primero, y tras la evidencia de que El Tigre fue proclive a malos manejos de los fondos para subvencionar la guerrilla; además de su escandalosa vida, mal aureolada por su afición a la bebida y las mujeres, sus camaradas le retiran la confianza y lo expulsan de sus organizaciones. Así El Tigre rumia su venganza el día que es aprehendido en una redada policial.

De la tercera edición

BUENA VIDA: CULTURA. Ingrid Roldán Martínez. Prensa Libre, Guatemala, miércoles 4 de septiembre de 2002.

MEMORIA DEL DISIDENTE EN EL FILO. Marco Antonio Flores. Magazine. Siglo XXI. 01 al 07|09|02.

ENTRE LA TINTA Y EL FUSIL. DE LA IMPRENTA. Ramón Urzúa Navas. 3a. edición. Guatemala. F&G Editores. 2002.

"EXPULSO LO QUE ME TIENE ATIBORRADO". Fidel Celada Alejos. Magazine. Siglo XXI. 01 al 07|09|02. Entrevista.

He descrito el asunto de la novela, que seguirá a lo largo de veinte capítulos la trayectoria de El Tigre hasta su desenlace. Sin embargo, no deseo entretenerme con la anécdota. En el filo posee entre sus virtudes la de la narración vertiginosa y el placer de la sorpresa, privilegio para sus lectores.

Baste saber que hubo un delator que señaló al ex líder, y que ambos quedan en manos de la G2 y los kaibiles. No faltará quien prefiera resumir el texto.
Opto, entonces por referirme al cuidado desarrollo de la historia, en la que se expone la debilidad intrínseca de un grupo de izquierda y su infortunio. Los contrastes que percibe Flores entre los dirigentes a raíz de sus diversos caracteres y debilidades; historias individuales que se deben a su propia humanidad, la sociedad, el miedo, el cálculo inexacto de las consecuencias de una visita, una inocente salida vespertina para caminar por la calle, el cariño o la dependencia filial o amorosa, el extrañamiento de la pareja.

Porque Marco Antonio Flores quiso hacer honores, logra mostrar el heroísmo subyacente en numerosos actos de las personas cuando en el vértice de la decisión o en el peligro extremo cada uno de ellos decide ante la disyuntiva de la vida y de la muerte la menor pérdida para los suyos o para sus ideales, con la plena conciencia de la derrota.

Los kaibiles, la burguesía, la revolución, los duelos de inteligencia que se suceden durante meses en diversas provincias de Guatemala constituyen una historia universal que atañe a cada uno de nosotros hombres de la tierra.

¿Por qué entonces, preguntémonos, un luchador, un revolucionario, un hombre de aspiraciones escribe la crónica de un fracaso? ¿Ya no hay en nuestro mundo espacio para la rebeldía, para el anhelo de justicia, para la lucha por el cambio?

Dudo que En el filo sea un canto de cisne. Cuando sus discípulos describían a Sócrates en retirada, al enterarnos por Flavio Josefo de la pérdida de Jerusalén, cuando leemos acerca de la masacre de Cholula o del incendio de Tenochtitlán reconocemos que no necesariamente la historia la escriben los vencedores.

La historia tampoco es de los vencedores, creo leer entre líneas en esta novela, Marco Antonio Flores veía efectivamente los cuerpos de varios guerrilleros y los de numerosos inocentes. Ellos como nosotros padecemos o hemos padecido la injusticia, la opresión, formas distintas de ignominia. Y duele.

La novela no termina al cerrar el libro advierte quien narra En el filo como la historia que no ha de quedar en manos de quienes se cubrieron de sangre.

Si levantamos monumentos y eregimos mausoleos se debe a que no tenemos la costumbre de la muerte, y que como individuos y como especie anhelamos formas distintas de permanencia y de vida.
Por ello, ante el conocimiento del fracaso, tras el dolor de la derrota, En el filo opta por la vida, por el valor, por el amor y la intensidad sin límites.

Así, no tengo palabras para dar una idea aproximada de la novela de Marco Antonio Flores, porque serían frases comunes y gastadas, donde no encuentro esta secreta complicidad con la percepción de lo inefable que muchas veces nos despierte alguna música, un acorde, una canción o una sinfonía, en donde el dolor y la nostalgia nos envuelven, no nos dejan; pero su fuerza atrae, redime, como las palabras de Cristo ante el cuerpo de su amigo muerto, Lázaro: y entonces una como voz nos ordena ponernos de pie, no soltar la novela, mantenernos de pie, ver la luz y el mundo, y los objetos bellos y terribles que pueblan el mundo, para sentir que, al menos si se puede confiar en uno mismo, nuevamente vale la pena luchar, hacer, escribir la historia, la verdadera. Nuestra esta vez y afortunada.

De antihéroes y tumbas. Arturo Monterroso.

Hace un par de semanas terminé de leer En el filo, una novela de Marco Antonio Flores. El escritor abre el relato con estas palabras premonitorias de Samuel Beckett: "Dan a luz a caballo sobre una tumba, el día brilla por un instante, y, después, de nuevo la noche". La oscuridad, la luz momentánea que dejan vislumbrar una salida, luego otra vez la oscuridad. He ahí la clave de la novela.

Flores incursiona en nuestro pasado reciente para develar, por medio de la ficción, un momento de la historia de la guerrilla guatemalteca; para contarnos desde una óptica casi íntima las flaquezas de la condición humana y para recordarnos quiénes somos y las razones de nuestro presente. El relato es lineal, excepto por algunos retornos al pasado, y corre a saltos entre los personajes muy obvios, a veces, cuyas vidas se ven precipitadas hacia un destino inevitable. El escritor escoge el camino de un realismo sin concesiones con innecesaria persistencia para contarnos su historia. La historia del acoso, del fracaso, de la desesperanza.

Aunque no puede obviarse la crítica a los actores del movimiento revolucionario, el dedo inmisericorde de Flores señala indudablemente a gente como nosotros; a una manera de ser; a un modo de vivir. A una ligereza de pensamiento y a una falta de consistencia y disciplina muy guatemaltecos. A esa facilidad de olvido y a esa entrega a la fatalidad. Así los personajes oscilan entre la broma y la tragedia; entre la lealtad y la denuncia; entre el valor y la cobardía. Muy lejos del idealismo, los hombres y mujeres de esta historia se debaten entre el interés personal y las razones de una causa que se diluyen ante la urgencia de salvar la vida. Y acorralados por la contrainsurgencia se entregan al alcohol y al sexo, sucedáneo del amor. Porque ese sentimiento se ha reducido a la relación física, a la inmediatez del placer o a un mero mecanismo para sobrellevar la terrible certeza de la soledad y el abandono.

La novela arranca en la noche, momentos antes del amanecer, con la historia de El Tigre, un guerrillero de vieja militancia que, ante la perspectiva de la tortura y la muerte, se le entrega al ejército para salvar una vida que ya nunca más tendrá dignidad. El Tigre alivia su conciencia justificando su proceder con una dudosa venganza contra sus antiguos compañeros. Y así, aprovechará su conocimiento del medio y de las confidencias de la amistad, para cazarlos uno a uno y ganarse la confianza de la inteligencia militar. Es precisamente a partir de la captura de este sangriento personaje que se desata la acción, cuya fuerza ya no se detendrá hasta que la fatalidad haya sido consumada.

Utilizando profusamente el lenguaje popular y coloquial y también el escatológico. Flores nos mete en el torbellino de las vidas de El Colocho, La Tita y El Chino, en el momento en que van a perder el equilibrio. Un torbellino que incluye a Sara y a René y a Beto con sus tragedias. Y a colaboradores como Silvia, que ignoran si quieren hacer la revolución o sólo escaparse de su desabrida existencia. A militantes como Rosas, que creen en la pureza de la causa y a revolucionarios como El Gordo, que todavía logran situarse en la realidad.

El libro de Flores es también la denuncia de los métodos de la represión y de la efectividad del terror y la tortura. Una historia obsesiva del menosprecio a la vida, de las urgencias de la persecución y de las circunstancias del miedo. Un relato, a veces demasiado previsible, de personajes que caminan en el filo, obligados a tragar una pastilla de cianuro o a pegarse un tiro para, irónicamente, salvarse de la muerte a manos del enemigo. Una novela de antihéroes, donde la utopía no tiene ya lugar sino en su propia tumba.

La novela termina también en la noche pero no cierra el relato. Porque allí queda Sara, en medio de la oscuridad que sobreviene el ocaso, hundida en sus pensamientos, tratando de encontrar las razones para continuar viendo. Y más allá de la tristeza y de la añoranza por lo que pudo ser y no fue, Sara, esa sobreviviente inválida y derrotada, se dejará envolver por la Opus 61 de Beethoven, y, como el ave Fénix, se levantará de sus cenizas para continuar. Un final un tanto forzado para una historia que, hasta este momento, no ha dejado lugar a la esperanza.

En el filo: Voces de la imaginación colectiva. Nuria Boldó, especial para Guía 21. [Querétaro, 30 de junio de 1993].

Escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios, que es la realidad. Es una tentativa de cambio o abolición de la realidad real. de su sustitución por la realidad ficticia que el novelista crea. La raíz de su vocación es un sentimiento de insatisfacción contra la vida: cada novela es un asesinato simbólico de la realidad. La reacción del novelista casi siempre es suprimirla, desintegrarla, para rehacerla convertida en otra, hecha de palabras que la reflejen y nieguen a la vez.

Marco Antonio Flores nos hace creer que ignora en En el filo las raíces profundas de su desavenencia con la realidad. El carácter extremo que ésta adopta en él es la manifestación de insolencia tenaz. Por eso escribe protestando y, al mismo tiempo, buscando, indagando esta misteriosa razón que hizo de él un supremo objetor.

Su obra es dos cosas a la vez: una reedificación de la realidad y del testimonio de su desacuerdo con el relato. Indisolublemente unidos, en la obra aparecen dos ingredientes, uno objetivo, el otro subjetivo, la realidad con la que está enemistado y las razones de esa enemistad; la vida de la guerrilla urbana guatemalteca en el momento histórico en que se desarrolla y aquello que el escritor quisiera suprimir, añadir, corregir, en el evento. Como toda novela es un testimonio cifrado. Constituye una representación a la que el novelista ha añadido algo: su resentimiento, su nostalgia, su crítica. Este elemento añadido es el que hace que esta novela sea creación y no información; tiene lo que llamamos la originalidad del novelista.

Sobre la estructura, y usando una imagen de Pio Baroja "la novela es un saco donde cabe todo", pienso que el saco de En el filo está repleto. Marco Antonio metió en él lo posible y lo imposible; de ahí, quizás, a veces estallan las costuras. Represión y traición, derroche verbal del léxico chapín, erotismo... y los carácteres contrapuestos de sus personajes asoman entre puntada y puntada intentando salir, desligarse de la obra y vivir por sí mismos un espacio protagónico. Pretenden ser unidades de ficción independientes pero nunca lo consiguen del todo; la textura de la narración resulta lo suficientemente elástica y fuerte como para tolerar el peso sin romperse.

Otro aspecto interesante de esta obra es que el autor parece que al analizar el diseño no busca el principio de coherencia sino, por el contrario aprende por separado los elementos que la integran y provoca el desmembramiento. El diseño de la historia pudo haber sido elemental, pero Marco Antonio Flores lo complicó arrojando al "saco" la intolerancia, la saña, el frenesí, la furia, lo alevoso, la pasión, el amor, el sexo, y todo ello diluye el argumento. A mi parecer éste es el objetivo de Marco Antonio Flores en En el filo.

Querétaro, Querétaro, 30 junio 1993.

El filo de la violencia. Tania Palencia.

Marco Antonio Flores edita su novela En el filo en 1993, una década después de la derrota estratégica que el ejército infringe en las organizaciones guerrilleras de Guatemala. La novela dicciona esa derrota. Una organización guerrillera, reducida y de reciente formación, es perseguida y desarticulada por la sección de inteligencia militar G-2, gracias a la colaboración de un jefe revolucionario traidor que conoce toda la estructura y obliga a cada capturado a delatar.

Detrás del argumento, estructurado en fragmentos lineales de acción y reacción, la cacería se desvanece abriendo una llaga fétida con el mundo de relaciones en que viven sin excepción todos los personajes. Es una novela de contra valores, no existe utopía, ni amistad, ni lealtad, ni amor, ni placer, ni saber, ni historia. El hombre vive a expensas de su miseria y su crueldad en contra del otro.

Aquí se desnuda el abismo sobre el cual se instala la frágil rigidez del dogma que anquilosó a la izquierda. Nadie cree en la justicia social: "hacer la revolución" es una rutina de asaltos y secuestros. La idea, entonces, ya no importa. Sólo queda un cascajo del deber transformado estructuración, peligro, sobrevivencia. Y en odio. Un odio inaudito que no acaba con el enemigo, sino con la vida misma.

En el filo no admite contrarios. Tampoco la violencia que ensucia hasta las páginas. Se es, sin linderos. Por eso los personajes carecen de contradicción, son una réplica de sí, del otro, del que no existe, del espacio y de la atmósfera que los envuelve. El oreja del operativo, la judía pecosa de Nueva York, el gordo marxólogo, la mesera, la petulante intelectual paralítica, los niños, el Colocho, jefe de la organización; los G-2 y el Tigre, todos sin exclusión, y hasta el narrador mismo, hablan igual. Es una voz de cloaca, de inframundo, una voz uniforme del "macho" chapín urbano que sabe de vergazos, culos y cantinas.

El pathos que se respira es el de la corrupción, la impunidad y la violencia. La novela agrede. ¿Por qué ese impulso a recordar Guatemala? ¿Por qué ese dolor de reconocer un parecido con la izquierda de carne y hueso? En el filo es una cuasitragedia de la descompensación social. Nos muestra la cultura de la delincuencia que todos hemos cosechado, y exagera sus secuelas hasta la obscenidad.

Esperpento de la violencia. Con una lente gigantesca, deforme y cubista enseña la podredumbre y no le importa el porqué. ¿Le importará a la historia? ¿A la izquierda que hoy negocia y al ejército? Los que saben, saben cuál es el sentido de la diferencia entre un ladrón, un asesino y un revolucionario. Saben de la sombra que da en el mar el pez volador, de las vísceras de Marilyn Monroe, de las aristas de todas las cosas. En el filo no lo sabe (y no le interesa saberlo). Guerrilla y ejército son iguales. Sucumbe ante su propio morbo porque su irrealidad es maniquea: sólo ve con un ojo y el lector se cansa de su antificción, de su círculo vicioso, de una especie de naturalismo de finales de siglo que no despega de la realidad y la costumbre. No hay opciones vitales y el destino es igual para todos. Sólo suelta la pestilencia de la muerte a la cual estamos tan acostumbrados los guatemaltecos. La desata sin adornos ni florecitas.

No es ni novela histórica y tampoco novela de la guerrilla. Menos de la revolución. Es novela. Sin más. El tema central es la violencia. Violencia en la familia, en la pareja, entre mujeres, en la cama, en la comida. La violencia inútil de la utopía armada. Se viola al ser humano y en esta perspectiva radica su mayor logro. Perspectiva del caos porque tampoco hay esperanza. Nadie que es derrotado cree en el futuro, pero en En el filo tampoco se cree en lo humano, sólo al final se insinúa la vida como un valor en sí, abstracto y puro. La vida que terminaron por olvidar la izquierda y el ejército.

Hecha de diálogos y voces unívocas. La novela ofrece imágenes de toda deslealtad. Una olla de alacranes que se hieren con su propia cola. Ella misma se envenena porque detrás, muy detrás, se encuentra escondida una moral ubicua que desdice su amoralidad aparente. Logra desautorizar a los actores a ser los portadores de "la verdad" y "la justicia". Pero al mismo tiempo impone un programa moral cristiano (sin intención peyorativa) como oposición directa a la basura que desmenuza. Usted no debe ser traidor, ni ladrón, ni borracho, ni polígamo, ni egoísta, ni desleal, ni prostituta, ni vanidosa. Usted no debe ser como esos que se dicen revolucionarios y no son más que farsantes. ¡Qué parecido discurso con los voceros del ejército! Pero, al fin, eso no importa.

Sin lugar a dudas En el filo es excepcional. Una extraordinaria paradoja novelada. Una irrealidad que aún hoy nos debe desvelar. Una experiencia —novedosa en Guatemala— de la estética de lo feo. ¿Experiencia infeliz? No, controvertida sí. Quizás una excelente novela de mal gusto, no por bayunca, ni cruel, ni mentirosa —que nada de eso tiene— sino por su extenuante atonía, su cansado y uniforme acento.

Un tigre de papel. Lucrecia Méndez de Penedo.

[Lucrecia Méndez de Penedo (Guatemala). Crítica literaria. Licenciada en Lengua y Literatura. Docente en las universidades San Carlos de Guatemala y Rafael Landívar. Ha publicado: Cardoza y Aragón, líneas para un perfil.] [Revista La Ermita, Guatemala].

Pero nuestro instinto de vida nos incita a luchar a pesar de todo, y esto es bastante, por lo menos para mí. No estamos completamente aislados. Los fugaces instantes de comunidad ante la belleza que experimentamos alguna vez al lado de otros hombres, los momentos de solidaridad ante el dolor son como frágiles y transitorios puentes que comunican a los hombres por sobre el abismo sin fondo de la soledad.

Ernesto Sábato (en Hombres y engranajes)

La metamorfosis implícita en cualquier proceso de traición, es abordada por Marco Antonio Flores en su novela En el filo, y desarrollada en los varios niveles del discursos narrativo tanto a nivel estructural formal como en el semántico.

El protagonista aparece a lo largo de la novela con el sobrenombre de Tigre, y constituye el paradigma de la degradación, la crueldad y la corrupción. De guerrillero más o menos idealista se convierte en esbirro de sus propios compañeros de lucha. Pero en primer lugar, la traición la consuma contra sí mismo, y el sucesivo acecho y cacería de los amigos es consecuencia de aquélla. Sin embargo, en su interior permanecen latentes resabios de escrúpulos que lo acosan, sobre todo a nivel inconsciente. Su zigzagueante deambular de un espacio ideológico, emocional y actancial a otro, en nombre de una irrenunciable pero despiadada urgencia de sobrevivencia, termina por despeñarloempujado por sus nuevos "amigos" hacia la muerte, que resulta, al final, un alivio casi intencionalmente buscado.

Con excepción de Sara, la joven guerrillera inválida que irá constituyéndose, durante el desarrollo de la obra, en el contrapunto del Tigre, los demás personajes conforman más que individualizaciones psicológicas, personajes colectivos. Los miembros de una organización clandestina se oponen al ejército, este último importante en cuanto al rol actancial que desempeña, pero definitivamente secundario ya que no presenta el papel protagónico del otro bando y linda con el estereotipo. En general, los personajes operan como concretizaciones actoriales de un conflicto de fuerzas ético-ideológicas. El atrincheramiento en los propios valores, o aquellos percibidos o desplegados como tales —la justicia social, por un lado; la defensa de la libertad, por el otro, no impide que la mayoría de los personajes guerrilleros reconozcan, más o menos abiertamente, que su conducta también es motivada por la ambición de dinero y/o de poder; el ansia de aventurerismo; un rencor hondamente enquistado y producto tanto de traumas familiares como sociales, que explota en una cólera frecuentemente indiscriminada e injusta.

Flores traslada los conflictos de índole ideológica a la esfera privada de las pequeñas envidias y anhelos de los personajes, logrando así darles un cierto espesor humano. La mayoría debe enfrentar no sólo las propias crisis existenciales en medio de la persecución cotidiana, sino también la definición frente al momento donde ésta se cristaliza rotundamente: la muerte. De allí que los personajes, pero sobre todo el Tigre y Sara, se encaren brutalmente frente al dilema de vivir o morir. La diferencia entre ambos, como se verá, reside en el matiz cualitativo que cada uno de ellos imprime a su decisión, signando así destinos opuestos. Los personajes, pues, se encuentran situados precisamente en el filo: al borde de un espacio abismal y mínimo que requiere una respuesta rápida y definitiva. Esta filuda línea divisoria separa dos espacios antagónicos —o al menos esa puede ser otra lectura posible— y quien cruza esta frontera ingresa a un campo radicalmente diferente y sin retorno. Este delicadísimo equilibrio constituye, en la novela, el umbral a la traición o el autorrescate.

En el filo se inscribe dentro de la tipología de la novela "antiheroica", por su historia y por su protagonista. El antihéroe se caracteriza por la negación de los valores —que pueden ser políticos, religiosos, etc.— a los que el grupo social supuestamente se adhiere en la búsqueda del bien común. Frecuentemente en la épica, esos valores no sólo cumplen la desinteresada función de cohesionar culturalmente a un grupo social, sino de justificar y apuntalar en el imaginario colectivo los valores del grupo dominante. En todo caso, en la articulación entre los valores textuales y extratextuales, un antihéroe puede paradójicamente cumplir una función realmente "heroica" —es decir, de signo positivo—, cuando cuestiona los valores teóricamente generosos de una sociedad hipócrita, (y aquí la referencia al Mersault de Camus es obvia, pero imprescindible). En la novela de Flores, de alguna manera esta conducta se revela en Sara. Sin embargo, también un antihéroe puede resumir simplemente las notas indeseables de una conducta social y ser ejemplar, pero por negación. Este último es el tipo de antiheroísmo del Tigre.

La metamorfosis, es decir el proceso de transformación, sea de signo positivo —decidirse a aceptar la vida—, sea de signo negativo —la traición con su secuela inevitable de muerte interna y/o física—, fundamenta la estructura externa e interna de esta novela de Marco Antonio Flores. La metamorfosis implica cambio, mutación; por lo tanto, su movimiento se dirige hacia adelante y no hacia atrás. O, en todo caso, si la transformación es aparente (disfraces, máscaras), o parcial (duda interna, escrúpulos), el movimiento ocurre en la superficie. El conflicto que se experimenta, entonces, produce necesariamente un efecto hacia el futuro. Esta constatación justifica el acierto de la transparente arquitectura de la obra. En efecto, su falta de complejidad estructural se explica porque la historia requiere predominantemente una secuencia lineal impulsada hacia el futuro, en donde el narrador dé cuenta de los cambios y transformaciones progresivas de los personajes, lo que Flores realiza a través de una novela de aventuras, propia de una épica degradada: personajes repulsivos, tonalidades crudas y algunas dosis ocasionales de humor negro.

El texto narrativo está conformado por veintiún capítulos breves que van diseñando rítmicamente un modelo repetitivo encadenado y encadenante: acecho/cacería, en donde el Tigre, verdadera fiera humana, va haciendo caer en la traición y/o en la muerte a Remigio, Plinio, el Negro, Eugenio, Tita, Beto, Mely, Rosa, el Colocho. En realidad, la primera y última presa ha sido él. La novela inicia relatando su captura por el ejército, como fruto de la delación de un joven compañero. Al final, el Tigre es ametrallado en su casa por sus compinches militares, con el beneplácito de su propia esposa.

La correlación e interrelación de los diferentes elementos estructurales internos del relato apuntan, pues, hacia el núcleo generador —la estructura profunda—: metamorfosis-traición. Esto se manifiesta en el discurso narrativo a través de la variedad —dentro de la unidad temática— de personajes, espacios, acciones, focalizaciones, ideologías, etc., que conforman el universo novelístico de En el filo. Pero estos recursos aparecen utilizados con complejidad y una visión predominantemente relativista —la novela no se pronuncia por absolutismos mesiánicos de ningún tipo—; frecuentemente se da un juego entre ser y parecer, así como una intermitente fluctuación contradictoria en el accionar de algunos de los personajes.

El autor polémicamente aplica una especie de homologación desmitificadora, a nivel de realización práctica, entre los movimientos insurgentes y contrainsurgentes. En la novela aparecen casi equiparados ambos bandos por su crueldad y violencia; sus motivaciones no siempre tan altruistas; un verticalismo jerárquico; una retórica inmadura. Casi podría deducirse de la lectura de En el filo que tanto vale un bando como otro, si no fuera por el balance positivo que imprimen algunas figuras de pureza no impoluta, pero sí humana, como Rosa o Sara.

Además de su significado inmediato de fiera salvaje, dentro de la codificación simbólica tradicional, el Tigre se presenta como emblema de la cólera y la crueldad, con las connotaciones de oscuridad y tenebrosidad anímicas. Alude asimismo al desencadenamiento de la potencialidad instintiva del ser humano. En su significado menos brutal, también opera como alegoría de la fuerza y del valor militar, e inclusive como defensa del orden frente al caos, aunque no necesariamente represente a la justicia.

El resentimiento del Tigre ha ido ramificándose silenciosamente desde su infancia:

"Siempre se han burlado de su fealdad. Desde chiquito lo jodían en la escuela por entelerido.

Desde hace tiempo ha arrastrado un apodo maldito. Ahora se va resarcir de tanta joda. En las organizaciones lo relegaron y luego lo echaron. Siempre escogieron a los burguesitos oportunistas y a él lo ponían de cholero. Sólo cuando los chanclesitos desertaron por coyones pudo llegar a la dirección del partido. Pero ahora la van a ver negra. Aunque talvez salve a algunos. (p. 88)

La cólera del marginado social y emocional va tomando la forma de venganza:

"Siente que un monstruo que estaba agazapado dentro de sí se libera en sus entrañas." (p. 85).

Y tras un momento de crisis de conciencia, previo a la traición, el Tigre opta por la cómoda cobardía y se sabe destinado a la soledad:

"Comprende que es un cobarde, que se rajó a las primeras de cambio. (...) ¿Dónde se quedó tanta baladronada, tanta boquera, tanto carbúrex expresado en sesiones, cantinas, viajes, entrenamientos?, todo era cascarón, al final se cuarteó rapidito. Está solo. Se siente solo. Se sabe solo." (p. 87).

El proceso de metamorfosis ha dado inicio irreversible:

"No está ni con él mismo. Ahora es otro. Otro que es su enemigo y con el que tendrá que vivir lo que le quede de vida. Lo desprecia; se desprecia. Lo odia. Se odia. Pero se aferra a esa vida que no quiere perder, aunque una parte de él, que ahora ya desconoce, se haya muerto. (...) Las compuertas están cerradas y debe acostumbrarse a su nuevo yo. Ahora es el traidor. De guerrillero a esbirro. De pronto intuye que esto le da un nuevo poder. Que aunque la vida y la muerte de los hombres han estado muchas veces a su disposición, éstas son ahora suyas con total impunidad y desenfreno. Ahora comprende lo que sienten los militares y por qué actúan como lo hacen." (p. 87, 88).

El cinismo y la degradación van ganando espacio en el Tigre, envalentonado con la cadena de exitosas capturas, vejaciones y asesinatos de sus antiguos compañeros. No obstante, un mínimo arrepentimiento y horror ante su conducta lo impulsa a huir de sí mismo y de los fantasmas de sus víctimas, pero sin lograrlo. El espejo, el insomnio y la impotencia constituyen mudos reproches de su traición, que él intenta evadir mediante largas caminatas sin rumbo fijo o ninguna meta más que el aturdimiento de la conciencia:

"Se la pasaba frente al espejo los días enteros, mirándose, conociéndose, conociendo más bien a ese otro que desconocía." (p. 158).

Como contrapunto a este tenebroso —y al final débil— personaje, forjada a golpes va aflorando la reciedumbre de ánimo de Sara. Su parálisis es fruto de una incauta actividad clandestina. Profundamente enamorada del Colocho, compañero y jefe, esta intensa y compleja relación —acepta compartirlo con otras mujeres—, logra darle un sentido a su vida, antes y después de la muerte de éste, involuntariamente causada por una cita que ella le dio.

Sara comparte con casi todos los otros personajes de la insurgencia un sentimiento de culpabilidad por estar viva, mientras otros han muerto. Además, el no profesar un sentido trascendentalista de la existencia, y por otro lado, percatarse de la corrupción también moral de muchos compañeros, va carcomiendo las supuestamente sólidas bases ideológico-políticas que deberían sustentar la visión transformadora del mundo de este grupo guerrillero, procedente de una clase media urbana y ladina. Digamos, "fenomenológicamente": se aferran a lo inmediato y posible, sin mayores retorcimientos intelectuales. Un ejemplo lo constituyen las cavilaciones del Gordo, desde su nueva identidad y escondite:

"Qué injusta es la vida. Pero es así. Es la vida. Y él va a seguir viviendo: por él, por ellos, por los que vendrán. Pero principalmente porque la vida es biológica y continúa con el alimento aunque uno no lo quiera. Los pensamientos son su consecuencia." (p. 186).

En el caso de Sara, ésta, además, ha ido creando una costra de egoísmo e intolerancia, generada en parte por su impedimento físico. La crisis interior que estalla a raíz de la muerte del Colocho, la sume en un estado casi catatónico. Sin embargo, la lacerante humillación que posteriormente le infligen el Tigre y sus secuaces, paradójicamente la empujan a escapar de la muerte y a optar por la vida.

En el filo: La crisis de la utopía revolucionaria. Jorge Rogachevsky. [Revista La Ermita, Guatemala].

En la obra de Marco Antonio Flores, En el filo, se hace una pregunta básica de suma importancia para la interpretación de la cultura latinoamericana en el siglo XX. Marco Antonio nos presenta la interrogante: ¿Por qué fracasó todo el sacrificio de la lucha armada? Si pensamos en los miles y miles de latinoamericanos que perdieron sus vidas persiguiendo el ideal de una sociedad más justa, más de un cuarto de millón de personas solamente en Centroamérica en las últimas tres décadas, o sea más de una de cada cien personas, debemos ver que ésta es una pregunta que nos involucra a todos los que nos interesamos por el bienestar de este continente tan sufrido.

En el filo no es una novela que muestre un distanciamiento filosófico sobre el tema. La filosofía hay que hacerla con más tranquilidad y menos acoso. Lo que sí nos muestra la novela es cómo un grupo de personas se encuentran succionadas por un proceso, por el desarrollo de eventos que están más allá de cualquier poder humano de controlar o de predecir. La acción, en este sentido, es el principal personaje de la novela.

Las cosas pasan, y porque una cosa pasa pasan otras, y así sucesivamente en un proceso que va desgastando las posibilidades de resistencia de los seres humanos que se encuentran descalificados por sus propios actos, los cuales se adelantan a ellos mismos y los esperan en acecho para recaer sobre el supuesto agente de la acción con una fuerza desmesurada y ya desvinculada de la persona que le dio origen.

Es así el caso con el personaje que más que cualquier otro pareciera ser el maestro de ceremonias en un festival macabro y sádico. Me refiero a El Tigre. Como el agente instrumental de la derrota de todos sus antiguos compañeros, El Tigre tiene el destino en sus manos, dirá quién se muere y quién se salva, basándose en sus deseos tanto de venganza como de seducción de los antiguos amigos que lo rechazaron por su corrupción. Pero aunque El Tigre sí logre la desarticulación total de la banda subversiva, los eventos que él pone en movimiento cuando le pega el tiro de gracia y de desgracia a su gemelo enemigo, el compañero René, eventualmente se encierran en un círculo devorador. Se le permite dimitir de la G2, con una casita donde vivir y una jubilación como recompensa. Pero un día, regresando a la vivienda que comparte con su esposa, una ex prostituta que también pertenece a su pequeño botín de guerra, se encuentra con dos viejos colegas del ejército, uno de los cuales le destroza el cuerpo a balazos. Su mujer premia al asesino con "un beso largo en la boca, (y) le mete la lengua hasta adentro"; después exclama:

"Bueno estuvo; ya no servía para ni mierda; ya ni se le paraba."

Así termina El Tigre, aniquilado por su propia infamia.

Con esta muerte del traidor por la traición, vemos que las acciones que los seres humanos inician, adquieren una identidad aparte, que se separan de los supuestos protagonistas, y que actúan independientemente de sus designios. La acción es la incógnita suprema que acecha a todo individuo, es la fiera impasible que se nutre de las víctimas tanto circunstanciales como culpables. Por lo tanto, el ser humano está condenado a hacer las cosas sin saber su resultado, y siempre corriendo el peligro que sus acciones lo condenen a entrar en el callejón al final del cual se encontrará con el zarpazo homicida, producto de] desenlace de lo que él mismo ha iniciado. Hasta la actividad más inofensiva, como salir a pasear por la sexta avenida mirando vitrinas, como lo hace Tita en la novela, puede terminar siendo el paso comprometedor y fatal.

En el filo, como lo indica su título, trata de las tragedias que ocurren con personas que se instalan en medio de una situación cortante y determinante, como lo ha sido la guerra que la izquierda latinoamericana desató contra la sociedad capitalista.

La respuesta que yo entrometería en mi lectura de En el filo, es que este concepto del desarrollo histórico ha fracasado. Los personajes de la novela se encuentran asediados por la maldad de El Tigre, pero por debajo de su carácter puramente circunstancial, esta maldad demuestra la imposibilidad de afirmar la existencia de leyes históricas que nos permitan elevarnos por encima de las limitaciones humanas.

En el filo nos presenta esta realidad bastante desalentadora que hasta el momento no se ha podido superar. El falso mito de la dialéctica histórica que prometía una evolución clara y segura hacia la superación de las limitaciones vividas ha chocado con el tigre implacable del caos tanto interno como externo de las motivaciones humanas. Este desvanecimiento de un modelo ideológico ha dejado a muchos en la calle, y a otros en las fosas.

Marco Antonio nos muestra esta pérdida de ideales y de rumbo, que ha caracterizado la crisis de valores utópicos de los últimos años.

El asco que Marco Antonio siente por la incapacidad del ser humano de superarse a sí mismo y de comprometerse en un proceso de mejoramiento serio y constante, se transmite al lector. Los personajes de la novela son agobiantes. Sentimos la necesidad de sustraemos de ellos, de poder rechazar su existencia para seguir creyendo que el ideal del hombre nuevo está a nuestro alcance. Al mismo tiempo, como las imágenes de una pesadilla, no podemos deshacemos de la insistente realidad de estos personajes, porque éstos encuentran un reflejo en nuestra interioridad psíquica.

Esto bien podría llevamos a considerar que la novela es esencialmente pesimista y negativa, pero dentro de toda la descomposición de valores que se representa hay una afirmación de que sí es posible seguir adelante, escarbando en la realidad para encontrar nuevos ideales. Lo importante, sin embargo, es no perder la visión de la realidad, estar dispuestos a soportar el sentido tétrico de la vida, porque la salida que buscamos está solamente dentro de ella. En el último capítulo del libro encontramos a Sara, una mujer parapléjica quien logra salvarse de los designios asesinos de El Tigre, aunque su condición física hace que sea el personaje más fácil de victimizar. Pero es precisamente esta condición física la que la salva. Cuando El Tigre y sus secuaces finalmente, logran dar con ella, éste decide humillarla.

Pero en el momento en que intenta consumar la violación se muestran incapaces de soportar la realidad que ellos mismos habían creado. Estos hombres, representantes de las atrocidades de la vida, se amedrentan frente a la descomposición natural del cuerpo y salen espantados. La incapacidad de los verdugos de confrontarla realidad se contrasta con la fortaleza y el heroísmo de esta mujer frágil pero poderosa, quien decide vivir para preservar la memoria colectiva de todas las atrocidades cometidas, pero también de todo el potencial reivindicativo del ser humano:

"Quería dar testimonio con su existencia de la existencia del amor, de la perseverancia, del valor, de la rebeldía, del conocimiento..."

Y este testimonio es el que demuestra que las utopías entran en crisis pero no mueren, porque no existe ni el determinismo mesiánico de la transformación social, ni el determinismo esencialista de una supuesta maldad inconquistable.

La realidad del ser humano es por encima de todo dinámica. Y es precisamente a través de una inmersión en esta realidad, dura y grotesca en muchos casos, que existe la única posibilidad de transformación. Los tigres de la naturaleza humana podrán ser domados únicamente si primero reconocemos su potencial destructivo.

Al final de En el filo Sara triunfa. Su triunfo se basa en rechazar el desaliento que la sordidez quisiera imponerle. Como un respaldo contra el sentimiento de derrota está la creatividad humana, aquí representada por la música de Ludwig Van Beethoven. Sara pone el disco y se sienta a disfrutar:

"Los violines atacan el primer tema. La noche cayó completamente. La vida que la música la infunde es hermosa. La vida es la vida, a pesar de todo".

La segunda respuesta que yo insertaría en el texto de Marco Antonio Flores es que mientras exista la vida, y la realidad que ésta nos infunde, existirá siempre la posibilidad de transformarnos.

"En mi país no se lee, ni se critica; sólo se mata". José Luis Perdomo Orellana. [El Financiero, México, 23 de abril de 1993].

¿Por qué dejó pasar más de 15 años entre la publicación de "Los compañeros" y "En el filo"?

Los compañeros fue una publicación traumática. Sólo pensá que se editó en 1976, en pleno auge de la lucha armada en Centroamérica, fundamentalmente; así que la gente ligada a ella consideró que yo había escrito un texto traidor, no crítico, de manera que se me echaron encima. Fui tratado como un hereje. Sólo faltó que me quemaran o me dieran negra. Todavía en el año 81, luego de que fui víctima de un intento de secuestro por parte de la derecha, de que salí herido, una de las organizaciones "revolucionarias" aseguró que si el ejército no lo había logrado, ello, podían hacerlo. Así que fijate hasta dónde llegó la condena por haber escrito una novela (porque eso es esencialmente Los compañeros). No podía asumirlo tan fácilmente, y menos superarlo. Así que me di mi tiempo para comprender el porqué la izquierda era tan incapaz de asumir críticamente la crítica. En eso se me fueron pasando los años. Finalmente, la historia me dio la razón y ahora todos (o la mayoría, por lo menos) de mis perseguidores estalinistas son gente democrática del centroderecha. Ahora hasta les gusta Los compañeros.

¿"En el filo" también aborda la lucha armada ,o Guatemala?

Es una historia siempre ligada a la revolución, pero enfocada desde otro ángulo. Se refiere a la destrucción de una organización armada como consecuencia de la captura de un militante que se convierte en delator y los entrega a todos. Sin embargo, no tiene el ingrediente crítico a esa actividad política; se refiere estrictamente a los hechos que se van desenvolviendo con rapidez mientras los compañeros mueren. Es la historia, una de tantas, que el enfrentamiento armado interminable ha producido en ese país. Una historia por demás violenta, pero que al ir penetrando en los sentimientos de los personajes va adquiriendo un carácter muy, humano y doloroso.

¿Cuánto tiempo le llevó trabajar "En el filo"?

Mirá, esa historia estuvo metida en mis socavones durante me algunos años. Me enteré de los hechos a través de muchas pláticas con los que sobrevivientes que se exilaron hacia acá, hacia México, pero se quedaron escondidos en algún lado. Es más, ni siquiera llegué a pensar que alguna vez se convirtieran en literatura. Sin embargo, en 1987 cuando estaba trabajando un cuento con un tema perecido, la historia salió sola. De pronto me encontré escribiendo como obseso esa historia, ya no pude detenerme. Escribí la novela en 21 días, un capítulo por día, y así quedó, ni siquiera la corregí. Fue como escritura automática, o tomar dictado de algún otro.

Usted se dedica de tiempo completo a la literatura. ¿Esto es gracias a una cuantiosa o a algún tipo de subsidio gubernamental?

Lo que pasa es que siempre me las he espantado y he tenido chambas agradecidas que me han permitido vivir más o menos dejándome mi tiempo libre para hacer lo que me dé la gana, no precisamente escribir. Además, en Guatemala tengo mi casotota y varias más que me dejó mi abuela y nunca he tenido clavos como no tener donde caer muerto. Hasta mausoleo tengo en el Cementerio General. De lo que sí nunca he vivido es de los estipendios de la revolución, nunca quise profesionalizarme en esos chambres, si no, ¿hasta dónde estaría de sembrado? También, ya no tengo muchas responsabilidades, mis hijas son médicas, una ya se casó, así que sécate mestizo, vivo de aquí para allá sin pensar en que mañana tengo que sacar para el gasto, el gas, la luz y los calzones. Me la paso rico sin tener que rendirle cuentas a nadie. Además, ya no escribo. Desde hace cuatro años parece que se secó la mata. Ahora me dedico a coordinar talleres literarios aquí y allá.

¿Cuál sospecha que será el destino de los mil ejemplares de "En el filo"?

Mirá, maestro, la cosa está peluda. ¿Te imaginás que en un país como México, de más de 81 millones de cuates, se hacen ediciones de menos de tres mil ejemplares? Volale pluma cómo andará el bisnes. Así que no hay que hacerse ilusiones: no pienso volverme un best-seller ni millonario, y como no pienso en esas mafufadas de que escribo para que me quieran mis amigos, lo único que tal vez consiga serán otras mentadas como las que me saqué con Los compañeros.

Por lo demás, nunca he escrito para el mercado. Imagínate que sólo el hecho de ser guatemalteco implica que venís de un país en el que el 70 por ciento de la población es analfabeta, ¿con qué cara vas a sentirte engreído de ser parte del 30 por ciento restante y encima creerte el escritor consagrado e importante.

¿Participó con esa novela en el galgódromo de los "certámenes literarios"?

Fijate que no me acuerdo. Pero más bien creo que no, porque hace un buen rato que no le entro a esa lotería. Ahora, un poco más ambicioso que me he vuelto, compro meláticos, con eso sí que saldría de pobre y me haría unas mis ediciones personales bien chileras. O de perdida me compraba una mi casota aquí y me iba a dar un colazo a Europa con color de rico.

¿Le servirá de algo "En el filo" a su país plagado de analfabetismo? ¿O sólo le será útil a usted?

Te repito que en mi país no se lee, ni se publica, ni se comenta, no se debate, ni se critica. Sólo se mata en nombre de la sacrosanta democracia. Así que, haceme el favor, ¿a qué guatemalteco le va a servir una novela? Ahora, eso de la utilidad egoísta no lo entiendo, a no ser que creás que soy de los escritores que andan todo el día con su espejo al lado, o de los que venden su imagen a empresas millonarias, o que un libro me va a convertir en un potentado.

¿Por qué escogió un dibujo de Ramírez Amaya para la portada de "En el filo"?

El dibujo parece hecho para el texto. Es un trabajo que forma parte de un libro de dibujos de Ramírez Amaya que editó Siglo XXI en 1976. con prólogo de García Márquez, que se titula Sobre la libertad, el dictador y sus perros fieles. En él se hace un recuento de atrocidades cometidas por los uniformados. Pues la historia de En el filo tiene una similitud extraordinaria con ese dibujo hecho hace unos 17 años antes, lo que te hace concluir, si sos un poco avisado, que las cosas en ese país no cambian ni a mentadas.

¿Qué piensa editar en los próximos meses o años?

Pues, fijate que me ha dado por publicar después de tantos años de no hacerlo. En Guatemala el año pasado publiqué tres libros, y ahora aquí, con En el filo, se inicia una serie de publicaciones. En mayo o junio saldrá un libro de poesía en la UNAM, titulado Crónica de los años de fuego; y en septiembre aparecerá un libro de cuentos, La siguamonta, en Siglo XXI. Como verás, estoy inflando mi bibliografía para ver si llego a sentirme importante y logro tomarme enserio algún día. La verdad es que, para mí, los libros son únicamente concreciones del trabajo, un lugar para desencontrarse o encontrarse con alguien que uno no alcanza a conocer nunca bien. El caso es que ahí están y qué se le va a hacer, ni modo que guardarlos en la ineditez de un cajón.

Hace un par de años usted se deshizo del silencio acumulado durante década y media y sostuvo una entrevista con esta sección. ¿Cómo le ha ido de esas fechas para acá?

Pues, en términos generales, bien. He ido y venido de Guatemala, renuncié a varios trabajos muy bien remunerados allá, porque me hastié de la maldita burocracia y execré de pertenecerle, a pesar de que mis cuates decían que a mi edad no es fácil andar mandando al carajo las buenas colocaciones, las influencias y la jubilación. Ya estoy aquí, de nuevo, tratando de ser feliz, trabajando en lo que me gusta, aunque tenga que andar taloneando el pago a destiempo y sonriéndome como tarado. Ni modo, cuando uno tiene que vivir del sacrosanto salario hay que hacerle al mal tiempo buena cara, en tanto se pasan los años y se larga uno de este pinche lugar al que lo trajo un desaforado espermatozoide.

Buena Vida: Cultura. Prensa Libre, Guatemala, miércoles 4 de septiembre de 2002, página 43.

POR INGRID ROLDÁN MARTÍNEZ

Publicada originalmente en 1993, la tercera edición de "En el filo" será presentada mañana a las 19:30 horas, en Sophos La Galera, 4 Grados Norte. Comentarios de Tania Palencia

La historia, escrita por Marco Antonio Flores en México, trata de El Tigre, cuya captura por parte del Ejército pone en crisis a organizaciones de izquierda.

> ¿Qué tan importante ha sido esta novela en su creación literaria?

"Esta novela es parte de las cuatro que he publicado, un poco exterior a la línea de una trilogía que decidí a escribir a finales de los años 80. En el proceso de escribir "Las batallas perdidas" y "Los muchachos de antes", en una ocasión, en 1987 en México estaba preparando un libro de cuentos y uno de ellos, se refería a la llegada de un guerrillero al aeropuerto de México y quise retomar la historia. No pude retornarla, sino que a la hora de escribir apareció el primer capítulo. Al día siguiente hice el segundo capítulo y cuando sentí había escrito la novela en 21 días seguidos. Esta novela está referida a hechos que ocurrieron en el país, pero que no son lo mismo, si no que es ficción. La mayoría de personajes son de ficción, la mayoría del desarrollo de la historia es ficción, aunque tiene relación con alguna historia de organización insurreccional en Guatemala. Yo sabía la historia muy bien y de punto se convirtió en la novela. ¿Qué importancia tiene esta historia?, no lo sé".

> ¿En qué contexto escribió esta novela?

"El exilio ha sido la mejor parte de mi vida. Me dio libertad para escribir, me dio trabajos, muy gratificantes en los cuales no hacía nada y ganaba mucho dinero. Para mí fue un tiempo excelente de mi vida cuando la escribí. Me había impactado mucho esa historia porque me tocó atender a un grupo de gente en México, con la cual compartía tragos y ellos eran los protagonistas de aquella historia y lo discutían permenentemente, yo era nada más un confesor, yo no había participado en nada de esto, cuando todo ocurrió yo estaba exiliado.

Magazine. Siglo XXI. 01 al 07|09|02. Memoria del disidente. En el Filo, Marco Antonio Flores, pág. 6.

MEMORIA DEL DISIDENTE EN EL FILO
Marco Antonio Flores

1983. México. Distrito Federal. El exilio. Barrio San Angel. Calle La Otra Banda 24, departamento 101. Un lugar amplio, agradable y alejado del bullicio. Recibo una llamada de un viejo amigo. Con actitud misteriosa me cita a una reunión en el centro de la ciudad, en la calle 16 de Septiembre. Nos encontramos en un café. Me relata su peripecia para llegar acá: viajó por avión al Petén, como turista; en Flores tomó una camioneta hacia Melbopán; allí abordó un camión hacia la frontera y en Chetumal abordó el avión hacia el DF. Está irreconocible: trae el cabello recortado como cuque y el bigote rasurado. Me suelta todo su rollo.

Me dice que tiene dos años de militar en un grupo desprendido del PGT al que se le llama la Comil (Comisión Militar del PGT). Me relata que dicha organización está siendo desmantelada por la contrainsurgencia, y que la mayoría de sus dirigentes han muerto asesinados o en combate. Por esta razón necesita hablarme.

No chisto palabra. Al final le pregunto qué juego en todo eso. (Desde 1980 he dejado de pertenecer a la insurgencia: ni apoyo ni estoy de acuerdo con esa aventura descabellada; si volví a militar en 1977 fue para no ser asesinado aislado e inocente, pero desde 1966 dejé de tener convicción en esa vía aventurera y suicida para la izquierda marxista). Bajando aún más la voz, me comunica que el único miembro de dirección que queda en la Comil ha pensado en mí para encargarme una tarea muy delicada y comprometida con el tiempo habría de enterarme de que aquello era mentira, que habían pensado en Carlos Illescas para esa tareíta, pero éste, totalmente ahuevado, no aceptó, así como mi amigo pensó: aunque sea este pelón me llevo.

Pregunto de qué se trata el embarque en el que me quiere enjaretar. Me dice que los sobrevivientes (combatientes, hijos, padres, maridos, esposas, etcétera están en la desbandada y tienen que salir del país, y que se necesita de alguien que los reciba en el Distrito Federal, alquile a su nombre las casas para ubicarlos, maneje el dinero (que es mucho), lo coloque en un banco, cobre los intereses y cada mes distribuya entre los distintos grupos y casas. Como siempre, el idiota inconsciente que soy, acepta a las primeras de cambio.

Durante algunas semanas realizamos con Aura Marina la tarea de contactar a los que van llegando. Recibimos aviso, a través de otro amigo que puede viajar legal y frecuentemente, de cuándo llegarán sobrevivientes. Nos da un santo y seña y las características de quienes llegarán, y ahí vamos, por lo regular al Palacio de Bellas Artes o la Torre Latinoamericana, a recogerlos y ubicarlos. Con el tiempo se convierten en mis cuates, a los que visito para entregarles cada mes su estipendio. Cada vez que llego a una casa se arma una borrachera y una confesión colectiva. Y soy el confesor. Con el tiempo me conozco la historia de lo que ocurrió, al dedillo. Con el tiempo les devuelvo todo su, dinero y me alejo.

1987. Distrito Federal. Trabajo un libro de cuentos. Me encuentro unas notas olvidadas. Intento rehacer el relato y sin esperarlo éste se transforma en el primer capítulo de una novela. Es el 13 de noviembre. Sin saber con claridad hacia dónde me encamino, escribo un capítulo diario. Al ajustarse 21 días, en un temprano anochecer, termino el capítulo 21 y con él, aquel relato que se ha convertido en una novela. Y es esto, una ficción literaria. Si bien tiene alguna relación con aquellas historias orales sangrientas y terribles que escuché hace cuatro años, la mayoría de personajes son inventados y la mayoría de hechos son producto de mi imaginación. Salgo a caminar bajo las arboledas de la colonia Roma.

2002. Ciudad de Guatemala. jueves. 5 de septiembre. 19:30 horas en Sophos La Galera, en el Distrito Cultural 4 Grados Norte, ubicado en la Ruta 1, 4-72 de la zona 4. Allí en ese lugar y a esa hora la editorial FyG presentará una, nueva edición de. En el filo (las dos ediciones anteriores hace un tiempo se agotaron). Espero contactarlos a todos ustedes a esa hora y ese día, para hablarles de todo este asunto. Hasta entonces.

Magazine. Siglo XXI. 01 al 07|09|02. De la imprenta. Entre la tinta y el fusil, Ramón Urzúa Navas, pág. 14

DE LA IMPRENTA. ENTRE LA TINTA Y EL FUSIL. Marco Antonio flores. 3a. edición. Guatemala. F&G Editores. 2002. 251 páginas.

Y creemos en la resurrección de los muertos... Porque los muertos tendrán una vida futura más allá de toda infamia. El hecho es que vemos resucitar a las PAC de sus propias cenizas, lo mismo que a los discursos narrativos de aquellos que quisieron cambiar al mundo a fuego de fusil. Como quiera que fuere, la literatura es siempre sepulturera. Y, también, profanadora de tumbas. Que los muertos entierren a sus muertos, y un libro en la casa de todos.

Ahora se publica la tercera edición de En el filo y cabe la pregunta ¿para qué? la respuesta a priori es sencilla: volver a decir que la guerra en Guatemala se perdió. La respuesta a posteriori, en cambio, es menos tautológica: hay que leer el libro para entender las causas posibles de la inutilidad de tantas muertes. Una cosa son la crónica y la Historia, hato deshuesado y dócil de fechas y viñetas, y otra cosa es la versión novelada del fracaso. Porque En el filo se narra la historia desde la entraña misma de la "orga", en una técnica que cabalga entre el diálogo y el discurso indirecto libre, lindante con el monólogo interior. El lunar en la calva es que la historia ya se dijo muchas veces. Y se dijo desde todos los puntos y en todas las versiones: la de Mario Roberto Morales, la de Arturo Arias, la de César Montes, la de Mario Payeras o la de Luis de Lión. Perdón, señores, vivos y difuntos, pero aquí no se ha escrito todavía la gran novela de la guerra, si es que tal cosa existe. Lo más cercano a esto quizá sea Los Compañeros, del propio flores, donde dicho está lo que había que decir.

No obstante, En el filo es capaz de ganarse simpatías cuando el prejuicio no atolondra. Sobre todo porque arropa en sus páginas a un elenco de personajes humanos, muy humanos: hombres y mujeres a la altura de sus miserias y sus glorias. Allí está la desorganización compañeril, ésa que llevaba a los camaradas a copular según sus mamíferos instintos, para luego refugiarse en una cantina a llorar el movimiento y sin saber con cuánta razón. Allí está la figura del traidor, que de clandestino pasa a ser investido como miles gloriosus por su "colaboración a la patria". Pero hasta la traición se justifica: dentro de los doce, por mucho que fueran apóstoles, siempre hubo un Judas. Desmitificación de una causa perdida, desencanto por la derrota; esto, ambientado en los años más nerviosos del conflicto, cuando las fuerzas oscuras de ambas partes repartían defunciones como la Monroe repartía besos.

Un obstáculo para todo aquel hispano no guatemalteco, y para un guatemalteco pedestre fuera de ciertos círculos, es el lenguaje del libro. No hay en él una lengua general sino la jerga de los mundos periféricos. Y entonces se pierde la trama cuando aquello quiere convertirse en una novela del lenguaje. ¿Había, sin embargo, otra forma de escribir la guerra? Sí, la había, pero era postiza. Tan postiza como un nevado abeto de Navidad en nuestros hogares tropicales.

En suma, si es usted amigo de la literatura de Borges, de Wilde, de Tolkien o de Pepe Milla, o si por azar es un puritano de las letras, haga usted la señal de la Cruz y diga vade retro si no quiere acabar echando los kiries. Para llorarlos, allí están Guatemala, nunca más y Guatemala, memoria del silencio.

Ramón Urzúa Navas

Magazine. Siglo XXI. 01 al 07|09|02. Entrevista. Marco Antonio Flores, pág. 16-17 [fotos: Mauricio Acevedo S.21]

"EXPULSO LO QUE ME TIENE ATIBORRADO"

Fidel Celada Alejos

En el estudio de Marco Antonio Flores, una máquina de escribir ocupa aún el espacio que en estos tiempos correspondería a una computadora. De la tecnología moderna le basta el fax para transmitir los trabajos mecanografiados. En ese espacio privado donde trabaja cuando está en Guatemala, recibió a Magazine 21 para comentar su novela En el filo, recién editada por tercera vez.

Cuenta la historia de una facción de la guerrilla urbana, desmantelada por el Ejército, a causa de un militante proscrito que ha entregado a sus compañeros. En la entrevista, el Bolo como también se le conoce desde joven, y no precisamente por el hábito de beber demasiado revela interioridades de una obra de ficción en la que cualquier similitud con la realidad no es coincidencia. La traición a la que se refiere en la novela, dice, fue común en el proceso revolucionario. Nunca ha hablado de ello, ni piensa hacerlo con las personas que inspiraron sus personajes. Por medio de la escritura, confiesa, expulsa aquello que lo agobia. "Escribo catárticamente, y después de la catarsis expulso lo que me tiene atiborrado".

En el filo cuenta una historia real acerca de la Comisión militar (Comil) del Partido Guatemalteco de Trabajo (PGT). ¿Puede considerarse esta obra como literatura del testimonio?

Toda la literatura tiene una referencia con la realidad. Decir que esta organización está en la novela es llevar la ficción a la realidad, esto es una novela, no es real. Surgió en 1987, a raíz dé un cuento sobre un guerrillero que llegaba a México. Se refería al instante del aterrizaje y a una cantidad de sus recuerdos. Ahí apareció el personaje que en la novela se llama El Gordo, y que tiene su referente con la realidad, aunque no es él propiamente, pues no es la transposición de un individuo de la realidad a la ficción. Además del cuento (en ese tiempo) trabajaba en una novela que se llama Las batallas perdidas, centrada en la detención del tiempo alrededor de una fotografía. Ahí estaba ese personaje que comenzó a transcurrir y se unió a una historia que yo tenía introyectada desde hacía cuatro años, porque tuve mucho que ver con la Comil. Después de algunos años de tener relación muy directa con la historia, con su origen, yo la reconstruí, y no deliberadamente, sino la historia fue surgiendo por sí misma.

¿Cómo fue surgiendo?

Yo estaba exiliado en México y había sido compañero de algunos de ellos. Allí volvieron a contactarme los (militantes) de la Comil, que entonces habían sido expulsados del partido. Me pidieron que me involucrara en una tarea. Tenía que atender a la gente que llegaba (exiliada), darle casa y un estipendio todos los meses. Así supe de esta historia. Empecé a platicar y a chupar con ellos. Y en las chupaderas se mentaban la madre, se la partían. El cuate que me contactó para hacer el trabajo había sido miembro de la dirección de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR). En ese momento era el único de la dirección de la Comil que estaba vivo. Por eso hice ese trabajo.

¿Cuánta ficción hay en la novela?

La mayoría de personajes es inventada. Algunos tienen referencia con personas de la realidad, supongo que vos tenés alguna idea de cuáles son.

Creo que el personaje de El Tigre corresponde al Hombre Lobo, un militante capturado por el Ejército. Se dice que entregó a más de 80 de sus ex compañeros y que fue ajusticiado por la guerrilla durante el gobierno de Vinicio Cerezo.

Sí, aunque no fue el único (que traicionó a sus compañeros). Ese personaje tiene un antecedente. Habrá unos dos o tres más, característicos, pero los demás no. Son pura ficción. Todos los personajes que caen con el Hombre Lobo, El Tigre, pues en la novela son personajes que no existieron, ninguno. Los que caen, el que lo denuncia, es una reestructura de la imaginación.

¿Por qué escribir sobre una facción de la guerrilla urbana?

Fui participante del proceso político y seudomilitar. Eso me determinó para escribir. Yo me inserté en la lucha armada desde el principio, y en ese proceso me hice escritor. Comencé a escribir poesía en el 59. Cuando hice la primera novela ya tenía cinco años de estar metido en la lucha, ya estaba en el primer exilio. Estuve inmerso en el proceso desde el 60, militando o no. Fui un militante conflictivo, pero fui un militante. Tengo 12 años de no escribir porque quiero zafarme de esas historias, que determinaron mi mundo novelístico. Los cuentos, incluso la poesía está bastante determinada por esa jettatura que me tocó, por esa maldición en la cual caí y de la cual no me he podido sustraer.

La novela expresa de manera sórdida las prácticas de las organizaciones revolucionarias. ¿Es En el filo un reflejo de todas ellas?

Todas las organizaciones fueron corruptas. No hay una sola que no haya sido corrupta en la lucha armada. El caso de la que supuestamente se habla en la novela fue algo terrible. Se gastaron un millón de dólares en parranda, un millón de quetzales de un seconal (el pago de rescate por un secuestro). Lo último que quedaba de ese seconal se me entregó en México para sostener la organización de los sobrevivientes. Se mantenían en las casas de putas, eso está ahí (en la novela), se mantenían en las cantinas todo el tiempo. Era evidente que la inteligencia militar iba a meterse en cualquier momento, y así fue. Lo que la novela relata es ficción. La relación que tenga con la realidad no es casualidad.

Yo me fui de las FAR en el 66, porque descubrí la corrupción que había. Lo que pasa es que esos casos no se saben, y los que han sido militantes periféricos o que han tenido apoyo de las direcciones defienden estas condiciones en las cuales se dio la guerra, sin saber lo que ha ocurrido en la interioridad, el tipo de corrupción que hubo.

La izquierda lo acusó, a raíz de la publicación de Los compañeros, de divulgar prácticas clandestinas que los revolucionarios guatemaltecos efectuaban en México. ¿Sucedió algo similar cuando se publicó En el Filo?

Son dos historias de diferentes épocas. En el 93 (cuando se publicó En el filo) ya la izquierda no tenía fuerza para satanizar o demonizar un trabajo como este, pues ya era muy claro y evidente que las cosas así habían sucedido. Existían denunciantes y traidores. El Hombre Lobo no fue el único. Yo sé de al menos 10 personas que hicieron eso. La izquierda implicada en el proceso armado, que fue la izquierda que había sometido a crítica y a juicio a Los compañeros, había llegado a un entente no escrito con el Ejército. El Ejército necesitaba la lucha armada para hueviar todo lo que pudiera y para seguir militarizando a la sociedad, y la guerrilla necesitaba un espacio dónde subsistir para sacar la mayor cantidad de dinero de los apoyos internacionales.

El personaje central de la novela es un traidor desalmado. ¿Por qué lo presenta sin grandes conflictos cuando éste se cambia de bando?

Al principio sí tiene conflictos. Cuando va a tomar la decisión de traicionar entra en contradicción. Pero cuando le pregunta al muchacho al que asesina luego, su delator: "¿Por qué?", éste le dice: "Fue por la vida, porque quiero vivir". Cuando un traidor traiciona ya no le quedan contradicciones que superar. Si no logra sobrellevarlas muy claramente, entonces no puede ser el traidor que se necesita. En este caso, desde el punto de vista histórico, el personaje que surge de una realidad está ubicado en el contexto de ese traidor que no puede dar un paso atrás. Pero al final de la novela, él tiene impotencia sexual. Él no queda impoluto por la traición que comete, sus contradicciones ya no son racionales, lo destruyen interiormente, porque esa impotencia obedece a un problema sicológico: la culpa.

La novela se caracteriza por su crudeza; comunica los defectos y vilezas de los personajes. ¿Es a propósito que se resalta el lado sórdido de la gente?

No todos los personajes son así. El Chino, por ejemplo. O Eugenio, que se suicida porque mataron al hermano, se quita la vida con una valentía tremenda, se siente culpable porque llegó a sacarlo de su casa para llevárselo a la cantina, y lo matan. Ellos no tienen nada que ver con lo que vos decís.

Pero se enfatizan sentimientos como el odio y la traición, entre otros.

Pero fijate qué tipo de historia es. No se podría ni se podía maquillar, porque es una historia verdaderamente terrible. La mortandad en la novela no es tan evidente, eso queda un poco difuminado, pero lo que hay atrás de todos los acontecimientos es terrible. Y todo surge de la corrupción en la que había caído esa gente, porque no sólo era El Tigre. Desde mi punto de vista, y desde el punto de vista dialéctico también, el ser humano es naturalmente malo. Cuando un individuo está en contradicción entre lo que él considera bueno o malo, cuando vela por sus intereses más concretos, siempre escoge lo malo. Muchos militantes, ya hablando de la realidad, a la hora de tomar una decisión para solventar sus necesidades económicas se entregan, fácilmente. Y eso se ve ahora en este país, en el caso de los ex militantes que se entregaron a este gobierno.

El lenguaje que utiliza en la novela es coloquial y guatemalteco. ¿Sirve para darle fuerza a la violencia que relata la novela?

Ese era el lenguaje necesario para esta novela. ¿Pensás que este tipo de novela se puede escribir de otra forma? Imposible. Mientras escribía trataba de ir rescatando el lenguaje coloquial guatemalteco, porque sabía que se me iba a escapar. Porque a uno se le escapa, se le desaparece un tipo de lenguaje. Yo no puedo hablar ya en el lenguaje coloquial de la actual generación. Yo me di cuenta de eso entonces, y me dije: "Si no rescato el lenguaje coloquial de aquel momento, no va a haber quien lo rescate". En la novela ya casi no hay arcaísmos, mexicanismos o cubanismos como los hay en Los compañeros.

El lenguaje coloquial siempre ha estado en la literatura. Pero en este país de hipócritas, de gente fanática, de gente ahuevada, de una cultura muy atrasada, los escritores hasta ese momento habían obviado ese lenguaje de la calle, ese lenguaje con el que todos hablamos; algunos quizá no, pero muy pocos. ¿Por qué no llevar este lenguaje a la literatura si con él nos comunicarnos? Por hipocresía. Y eso ocurrió hasta Los compañeros en la literatura guatemalteca. Algunos renovaron algunas formas, pero no tuvieron los huevos de aventarse a ese lenguaje coloquial.

¿Qué piensa de que algunos califiquen este lenguaje como vulgar?

A los grupos del poder, los que tienen el control político, ideológico, económico de la sociedades y dictan las normas, les interesa tener un lenguaje específico para la comunicación, pero lo que ocurre es que las sociedades no son monolíticas. La gente normal, de la calle, tiene otro lenguaje, y es un lenguaje que renace permanentemente de generación a generación. Octavio Paz lo dice muy claro: el lenguaje es algo vivo, que va cambiando constantemente. Y ese lenguaje es el que utilizaba la generación en la que yo crecí. No estábamos sujetos a la normatividad de quienes hablan de lo vulgar o lo no vulgar, sino era nuestra forma de comunicación, en la calle, en las cantinas, en las fiestas, en las escuelas, en los colegios, en donde fuera. Ahora, quienes utilizan ese lenguaje y son hipócritas no lo utilizan en su casa, pero lo saben y lo usan cuando están con sus cuates. Y cuando esto va al blanco y negro se rasgan las vestiduras. A mí esos me tienen sin cuidado.

Se agotaron ya dos ediciones de esta novela. ¿Quiénes fueron sus lectores, quiénes quisieran que fueran los de la nueva edición?

No tengo e-mail, no tengo contacto con la gente, con los lectores, como hacen casi todos los que escriben en los periódicos. No sé si eso es bueno o malo, pero me parece un poco narciso. Por eso no me comunico con nadie. No me interesa porque cuando termino un trabajo no vuelvo a leerlo. Eso es también narciso, es como verse en el espejo permanentemente. Escribo catárticamente, y luego de la catarsis ya salió todo lo que me tenía atiborrado, y me olvido de eso.

No sé quienes son los lectores. El lector recrea el texto que lee. Esa es la mejor lectura. Los lectores que lean esta novela tendrán que hacer su lectura, no me interesa tener relación con ellos. Qué bueno que la lean, y si les gusta, qué bueno también, pero eso ya no tiene que ver conmigo.

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