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*. Revista Magna Terra / en la aldea. Pag. 2. Guatemala, enero de 2005.

Novedades

en la aldea*

Las redes intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales (1820-1920). F&G Editores, 2005, 326 pp.

Este es un relato minucioso de la emergencia de los intelectuales como grupo social entre finales del siglo XIX y el XX. Muchos personajes desfilan por estas páginas y son, de algún modo, los antecedentes de los que serían conductores o rectores de la vida nacional. Así, están Mendieta, Wyld Ospina, Juan José Arévalo, entre otros, quienes cumplieron un papel decisivo en la formulación de un discurso estructurado y coherente acerca de la identidad nacional.

Las redes de la intelectualidad.

Francisco A. Méndez*

*. Siglo XXI / Vida. Pag. 4. Guatemala, jueves 10 de febrero de 2005. Francisco A. Méndez, Escritor y periodista.

Una de las últimas publicaciones de la editorial F & G lleva como título Las redes intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales (1820-1920), de la autoría de Marta Elena Casaús Arzú y Teresa García Giráldez.

Tomando en cuenta el sello editorial y la trayectoria académica de las autoras; el resultado es realmente un texto brillante, el cual realiza un minucioso repaso de la cultura, intelectuales centroamericanos y de todo el continente, que repensaron la América de los siglos XVIII y XIX.

Casaús y García también muestran a lo largo de estas 325 páginas la influencia de pensadores europeos y las corrientes que fueron absorbidas por nuestros intelectuales, tales como los españoles, Unamuno Azorít, Posada, Altamirano o los franceses Anatole France, Henri Barbusse, Romaní Rolland, entre otros.

El capítulo I se titula: El debate sobre la nación y sus formas de pensamiento político centroamericano del siglo XIX. El primer intelectual estudiado y el que a mi juicio es el primero que tuvo conciencia de intelectual centroamericano, es José Cecilio del Valle; a él le siguen Pedro Molina, Antonio Batres Jáuregui. Luego se repasan sus proyectos políticos, la nación, la civilización (concepto, por cierto que marcó la discusión con su "contraria" "barbarie", tal y como se plantea en el Facundo de Quiroga); las formas de la patria y la federación.

En los próximos cuatro capítulos, las autoras profundizan en temas como la teosofía, la Patria Grande Centroamericana, el indio, nación, el espiritualismo nacionalista, y concluye con la denominada Generación del 20 en Guatemala.

Tanto forma como contenido hacen de éste un texto importantísimo para los estudios culturales de Guatemala y, a mi juicio, es un texto fundacional en cuanto al estudio de la intelectualidad centroamericana. La obra se presenta hoy a las seis y media en Cultura Hispánica, en 4° Norte.

*. Diario de Centroamérica / Cultura. Pag. 12. Guatemala, jueves 10 de febrero de 2005.

Propuestas

A cargo de: Eduardo Gómez*

Las redes intelectuales centroamericanas:
Un siglo de imaginarios nacionales (1820-1920)

El Centro Cultural de España, F&G Editores y la Universidad de Madrid presentan el libro Centroamérica: un siglo de imaginarios de nación de las élites intelectuales. Siglos XIX y XX, a sus autoras: Marta Casaús Arzú y Teresa García Giráldez.... “La crisis, entre finales del siglo XIX y los albores del siglo XX, favoreció la emergencia de un nuevo grupo social hasta entonces no claramente identificado...

Las redes intelectuales centroamericanas: > De contraportada

*. elPeriódico / Actualidad: Cultura. Pag. 26. Guatemala, jueves 10 de febrero de 2005.

Las redes intelectuales
Hoy se presenta el nuevo libro de Marta Casaús y Teresa García,
un estudio sobre las redes intelectuales en la historia centroamericana.

Redacción/elPeriódico*

Los intelectuales de la generación de 1910 y 1920 cumplieron en Centroamérica un papel decisivo en la formulación de un discurso estructurado y coherente acerca de la identidad nacional, la naturaleza y la esencia de nación. Todos esos aspectos son analizados a profundidad por Marta Casaús y Teresa García Giráldez, en el libro Las redes intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales (1820-1920), editado por FYG, y que se presentará hoy en Cultura Hispánica.

En este libro se desentraña parte del pensamiento centroamericano olvidado o soterrado que sin duda marcó sensiblemente a autores como Gándara Durán, Muñoz Meany y gran parte de los intelectuales que dieron forma y contenido a la Revolución de 1944. La publicación está dirigida a recuperar las corrientes subalternas que influyeron notablemente en la formación del espiritualismo nacionalista o en el socialismo espiritual de Juan José Arévalo, que tomaron muchas de las ideas precedentes de Masferrer, Mendieta, Juárez Muñoz y Wyld Ospina, así como la enorme influencia del grupo de mujeres que lograron el voto femenino.

La presentación del libro se realizará hoy a las 18:30 horas, en Cultura Hispánica (Cuatro Grados Norte). Comentarán Rolando Castillo Quintana y las autoras.

*. elPeriódico / {elacordeon} suplemento cultural. Pags. 1-3. Guatemala, domingo 20 de febrero de 2005.

Marta Casaús, sobre la generación del 20
Los intelectuales al poder

elPeriódico/Marta Sandoval*

La llamada Generación del 20 en Guatemala tuvo un papel fundamental en la formación de un discurso acerca de la identidad nacional. Vinculados estrechamente al movimiento unionista que derrocó a Estrada Cabrera, estos intelectuales abogaron por la libre circulación de las ideas, crearon espacios de discusión ciudadana y fundaron universidades populares. Intentos que de alguna manera quedaron truncos y soterrados por los regímenes autoritarios y dictatoriales que padecimos durante el siglo pasado. Marta Casaús, autora junto a Teresa García, del libro “Las redes intelectuales centroamericanas”, que acaba de publicar F&G, nos habla en esta entrevista sobre la importancia de este grupo en la construcción del pensamiento contemporáneo guatemalteco.

La figura del intelectual aparece en América entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Martí, Rodó, Sarmiento, Vasconcelos, cumplieron un papel determinante, desde la acción política, la literatura o el periodismo, para perfilar nuevos modelos sociales y nuevos proyectos de nación, fundamentados en una América más justa e incluyente. Para el caso de Guatemala, fue la llamada Generación del 20 –que incluía figuras, algunas veces tan dispares, como Miguel Ángel Asturias, Carlos Wyld Ospina, Carlos Samayoa Chinchilla, o el doctor Federico Mora–, la que asumió a fondo el papel de transformación social a través del pensamiento, la educación, el activismo y la discusión pública. Un grupo que contribuyó a forjar un nuevo imaginario nacional, a recuperar el pasado histórico y a redefinir las complejas relaciones entre cultura, sociedad, política y Estado. La guerra y las dictaduras opacaron estos primeros intentos de abrir una brecha de participación ciudadana.

Con el objetivo de recuperar este pensamiento soterrado, la guatemalteca Marta Casaús y la española Teresa García emprendieron una larga y minuciosa investigación que les llevó a conocer de cerca las redes intelectuales en Centroamerica entre 1820 y 1920. El resultado es un libro –Las redes intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales– que acaba de ser publicado por F&G editores.

En esta entrevista, Casaús habla sobre esas redes y el papel de los intelectuales de hoy en día.

La Generación del 20 tuvo una importante participación en la creación de imaginarios nacionales, ahora ¿quién tiene esa facultad?, ¿la ejercen todavía los intelectuales?

– Yo creo que los imaginarios nacionales son imaginarios colectivos, los intelectuales no los crean al margen de su realidad social. Desde esa perspectiva, un imaginario, como su nombre lo indica, es el conjunto de percepciones, emociones, esperanzas, que un colectivo plantea de cómo quiere que sea su país, de a dónde quiere llegar. Evidentemente los intelectuales, en un momento determinado, tienen más capacidad de integrar esa memoria colectiva, de replicarla, de reproducirla y de generar espacios públicos donde se produzca un consenso, un diálogo, entre lo que unos u otros piensan. Los intelectuales de la Generación del 20 en Guatemala tuvieron este papel relevante de recoger un espíritu de transformación y cambio, convertirlo en un proyecto y llevarlo a un debate público. Es una generación que está entre dos guerras, entre dos dictaduras, que de alguna manera rompe los paradigmas autoritarios en que está comprimida, e intenta abrir nuevas brechas que perfilen un nuevo proyecto de nación.

¿Si a nosotros nos corresponde actualmente, como intelectuales, hacerlo? Yo diría que sí, y de hecho en Guatemala se está haciendo, a raíz de los acuerdos de paz. Hay una profusión de pensamiento intelectual, de crítica importantísima.

¿Qué tipo de participación tenían los indígenas en estos proyectos de nación?

– Lo importante en los 20 es que el indígena pasa a ser el centro de atención. Es decir, el “problema” del indígena pasa a ser el problema de la nación. En principio, porque no saben dónde ponerlo, no saben qué hacer con él. A los intelectuales les preocupa la nación y entonces empiezan a cuestionarse cómo hacer para incorporarlo, asimilarlo o integrarlo.

Algunos de ellos piensan que la única forma de construir y plantear la ciudadanía es incorporando al indígena, mediante la dotación de tierra. Y aquí entra un concepto súper moderno en donde ciudadanía es igual a derechos, deberes, pero también a propiedad. La Reforma Agraria de Árbenz, que vino después, no va a ser más que una consecuencia de este pensamiento. Pero también surgen otras respuestas, que plantean estrategias más radicales y más excluyentes, como el exterminio y la fusión con otras culturas.

Está, por ejemplo, la tesis de Miguel Ángel Asturias…

– Asturias no era más que la punta del iceberg –allí estaban Carlos Federico Mora, Víctor Soto, Carlos Samayoa Chinchilla…–. Era parte de una corriente que planteaba un proyecto. Es decir, nos encontramos con dos modelos. Por una parte, el modelo de incorporación del indígena desde su cultura y, por la otra, el modelo de asimilación o claramente excluyente, como el que se postuló con Ubico, en donde el Estado se consolida en un Estado autoritario y la nación se diluye.

¿Cuáles de los logros de la Generación del 20, aún perviven?

– Perviven muchísimos, y muchas de las cosas que se están discutiendo hoy en día, ellos ya las habían planteado. Es curioso, porque parece que muchos de estos planteamientos fueron soterrados por Ubico. Pero no es del todo cierto. Lo que hay que hacer es rescatar este pensamiento.

Foucault decía que el papel del intelectual es asumir una postura crítica hacia las formas de poder, ¿cuál cree usted que ha sido el rol de los intelectuales guatemaltecos frente al poder?

– Yo siempre he sido partidaria del pensamiento gramsciano, de que el intelectual debe tener una relación con la realidad social. Lo curioso es que esta Generación del 20 ya tenía ese espíritu. Fueron quienes derrocaron a Estrada Cabrera. Hicieron marchas, crearon un proyecto unionista, dejaron muy claro que el compromiso del intelectual era generar opinión pública, crear nuevos espacios de opinión, participar en la política pero desde una visión crítica.

Los intelectuales de la década del 20 supieron tener un proyecto colectivo a través de la construcción de redes que les permitieron generar una alternativa. Lograron permear en las masas un proyecto reformador. Los intelectuales de ahora lo están haciendo, en la medida de lo posible. Yo creo que hay un grupo empeñado en mejorar las cosas, generando opinión, produciendo conocimiento, pensamiento.

¿Usted cree que los columnistas de opinión tienen aún el poder de mover a las masas?

– Pienso que los columnistas tienen una gran responsabilidad, que no todos la asumen con seriedad. Una cosa es hacer ver los problemas públicos, y otra, demeritar las instituciones del Estado con un tono puramente amarillista. Creo que el periodismo de opinión en general tiene que elevar su discurso, tiene que ser analítico, de manejo de conceptos. El discurso actual es muy maniqueo, siempre a favor o en contra. Antes, los intelectuales generaban opinión pública, ahora lo que hacen es dividir la opinión pública, eso no ayuda a construir un proyecto de ciudadanía.

Platón postulaba que la persona ideal para ejercer el poder era el intelectual, el filósofo, pero que la política estaba tan desprestigiada que ningún hombre honorable ensuciaría su nombre participando en ella…

– Todos los intelectuales de la Generación del 20 descendían del pensamiento de Platón. Tenían la idea de que un intelectual debía contribuir desde su punto de vista, desde su pensamiento filosófico a transformar la realidad. Sobretodo a través de la educación, ya que casi todos ellos eran pedagogos. Arévalo lo fue, y las mayores huelgas, en el 44, fueron de maestros. Sin embargo yo creo que los intelectuales han sido malos políticos, les ha sido muy difícil conjugar las dos cosas. Pero los políticos han sido también malos intelectuales. La conjugación ideal sería un buen político, con ética, con una clara visión de la realidad, acompañado de un buen asesor intelectual, que le dé líneas y que lo cuestione, desde una óptica más distanciada.

Los de la generación del 20 no llegaron a ser políticos propiamente dichos, salvo Samayoa Chinchilla. Lo que sí, es que fueron grandes polemistas, crearon libros, folletos, revistas, debates, estaban dispuestos a la discusión. En ese sentido, jugaron un papel importante en la construcción del movimiento social, y eso es un papel político.

La Universidad de San Carlos cumplió un papel determinante durante el siglo XX en la construcción del pensamiento crítico, ¿será que las universidades siguen siendo formadoras de intelectuales?

– Ese es su papel. Yo sé que la guerra y la falta de medios sumió a la educación universitaria en una situación difícil. El nivel de formación bajó, no sólo en la San Carlos, sino en todas las universidades. Lo que veo actualmente es mucha diversidad. Hay varias universidades privadas. La Landívar y la San Carlos tienen planteamientos completamente distintos, formas de pensar distintas, pero ambas están haciendo un esfuerzo increíble para elevar la calidad y la formación de sus alumnos. Pienso que las universidades sí están cumpliendo un papel de formación intelectual, el problema es que no lo valoramos.

*. Revista D / Prensa Libre. Pag. 33. Guatemala, domingo 20 de febrero de 2005.

Las redes intelectuales centroamericanas:
un siglo de imaginarios nacionales (1820-1920)

Marta Elena Casaús y Teresa García.

Anaquel/Libros*

El XIX fue un siglo decisivo para Centroamérica. En esta época fue importante el papel que jugaron los intelectuales quienes, como se publica en este libro, “compartían la pasión por la escritura, el arte, las ciencias y eran conscientes de que, a través del manejo de la prensa y el discurso nacional e internacional, estaban forjando una opinión pública y ejerciendo un enorme poder en la sociedad”, Fue determinante su participación en la formulación de un discurso estructurado y coherente acerca de la identidad nacional. Contribuyendo a rescatar los valores culturales y formar un proyecto de nación étnico-cultural. El trabajo de investigación fue dirigido por Marta Elena Casaús Arzú y participó como investigadora Teresa García Giráldez. Fue financiado por el Ministerio de Ciencias y Tecnología de España. El libro se divide en cinco capítulos. Publicado por F&G Editores, teléfonos 2433-2361 y 54060909.

*. Prensa Libre / Cultura. Pag. 55. Guatemala, viernes 25 de febrero de 2005.

Intelectuales ante la historia

Revelaciones/Margarita Carrera*

Que los intelectuales han tenido un papel destacado en el desarrollo de la historia de Guatemala, es la tesis fundamental que Marta Elena Casaús Arzú y Teresa García Giráldez plantean en el libro "Las redes intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales (1820-1920), excelentemente editado por F&G editores.

Ya en España, a finales del siglo XIX y principios del XX, aparecía la Generación del 98, cuya preocupación esencial era rescatar a España del aislamiento y decadencia en que se encontraba a raíz de la pérdida de sus últimas colonias. Durante esa misma época surgían, en Latinoamérica, intelectuales como Rodó, Mistral o Martí, a quienes seguirán de cerca los intelectuales centroamericanos.
Desde la literatura, el periodismo y el ensayo aparecen en El Salvador y Guatemala, escritores de la talla de Masferrer y Wyld Ospina, respectivamente, quienes contribuirían a forjar un pensamiento crítico y liberador que repercute aún hoy en día.

La atención de estas historiadoras es dirigida, especialmente, a "La Generación Cometa" de 1910 y a "La Generación de 1920", cuyos postulados rechazaban el positivismo racista dominante, propio del siglo XIX. Por ello, la preocupación central de algunos de sus representantes era "la incorporación plena de los indígenas a la ciudadanía". Asimismo, abogaban por los derechos políticos y sociales de la mujer, teniendo en cuenta los postulados de "Las Sociedades Gabriela Mistral".

La función social de estos intelectuales estaba vinculada no sólo a la literatura y el periodismo, también a la universidad y ateneos que adoptaban una postura ideológica opuesta al poder establecido. Su objetivo: "denunciar públicamente la injusticia, la corrupción y las dictaduras", apoyando, al mismo tiempo, la búsqueda de la verdad, la justicia y los valores universales.

Nuevos Quijotes tratando de salvar el mundo, fueron sin duda algunos miembros de estas dos Generaciones. Y, como Quijotes, tenían una misión "Salvadora y regeneradora de la humanidad". La crítica contra el Estado y la sociedad, estaba vinculada a los movimientos literarios como el modernismo y filosóficos como el humanismo de Unamuno y Ortega y Gasset. También incidían en su pensamiento el espiritualismo y la teosofía orientales, silenciados por el liberalismo y el marxismo.

El pensamiento político de estas dos Generaciones, antiimperialista y nacionalista, recogía los ideales de europeos como Henri Barbusse, Anatole France y Romain Rolland. El discurso de la mayoría, eminentemente ético y humanista, era, sin embargo, limitado en cuanto al tema indígena. Casaús analiza las soluciones al "problema del indio" dadas por aquella época y que se manifestaban en dos opciones: a) invisibilizar a los indígenas (por el exterminio o mejora de la raza), b) incorporarlos a la ciudadanía con derecho al voto, dotación de tierras y respeto a su cultura.

Además, estas corrientes intelectuales influyeron en la formación del socialismo espiritual de Juan José Arévalo y en intelectuales de la Revolución de 1944, dentro de los que se podría mencionar a José Rölz Bennet, filósofo y humanista.

*. Revista D / Prensa Libre. Pag. 33. Guatemala, domingo 19 de junio de 2005.

Istmo imaginario

Nuestra recomendación*

Cada nación es como la imagina cada uno de sus habitantes, aunque la imagen oficial sea la que imponen quienes escriben la historia, hacen las leyes y reflexionan públicamente acerca de tal "realidad".

El estudio de las redes y tendencias intelectuales que existieron en Centro América entre 1820 y 1920 ofrece explicaciones para muchas preguntas acerca de ¿por qué somos así? ¿Existe un sueño centroamericano o es algo que un político ambicioso inventó? ¿Es posible una identidad centroamericana a pesar de las fronteras? ¿Qué hay de las identidades culturales que existían antes de la Independencia y aún antes de la Conquista, en dónde quedan en toda esta maraña de dimes y diretes?

"La crisis, entre finales del siglo XIX y los albores del siglo XX, favoreció la emergencia de un nuevo grupo social hasta entonces no claramente identificado y reconocido como tal: los intelectuales", señala la introducción del libro, cuya autoría comparten Marta Elena Casaús Arzú y Teresa García Giráldez.

BIBLIOGRAFÍA. "Las redes intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales (1820-1920)"
Publicado por Editorial F&G, Guatemala 2005, 325 páginas.
Obra publicada con el apoyo del Ministerio de Educación de España.

Diario de Centroamerica / La Revista. Pág. 14. Guatemala, viernes 18 de julio de 2008.

Pensamientos olvidados

Estantería

Las redes intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales... pasó a los estantes más escondidos, opacado por el éxito editorial de Guatemala: Linaje y racismo, también de Casaús, publicado solo dos años después. Quizás la fama de este último se deba al morbo producido en los lectores guatemaltecos al verse reflejados en sus páginas, con nombres y apellidos; y descubrir a patrones y amigos en la viciada repetición de la historia de este país.

Las redes intelectuales... nos muestra lo olvidado y lo oculto. El brillante chispazo de una época en que los vanguardistas, al mejor estilo gramsciano de los intelectuales orgánicos, que participaban política y culturalmente, y se posicionaban en colectivo.

Como las autoras lo reconocen, todos estos intelectuales, escritores y periodistas, fueron cubiertos por un velo de olvido: Ingenieros, en Argentina; Mistral en Chile, Mariátegui en Perú, Vasconcelos y Flores Magón en México, Sandino y Mendieta en Nicaragua, García Monge y Bresenes Masén en Costa Rica, Masferrer y Salarrué en El Salvador o Gómez Carrillo y Arévalo Martínez en Guatemala.

Las redes intelectuales... es imprescindible para quienes quieran enterarse de la historia, pero ante todo, para quienes deseen recuperar “esas corrientes subalternas” que años más tarde empujaron a otros en la “búsqueda por la verdad, la justicia, la belleza y los valores universales”. Una investigación exhaustiva y, al mismo tiempo, un dedo en la llaga a profesores, intelectuales y editores por dejar que la voz de estos pensadores se llene de polvo y moho. | AGV | DCA

Iberoamericana. www.ibero-americana.net Revista Iberoamericana / Notas (No. 30/2008). Págs. 284-286. Frankfurt, lunes 11 de agosto de 2008.

Marta Elena Casaús Arzú/Teresa García Giráldez: Las redes intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales (1820-1920).
Guatemala: F & G Editores 2005. 325 páginas
Cecilia Gil Mariño

La obra de Marta Elena Casaús Arzú y Teresa García Giráldez tiene como propósito la recuperación de corrientes intelectuales subalternas en América Latina analizando el escenario centroamericano. Tradicionalmente, el tema no suscitó gran interés en la historiografía, sin embargo las autoras plantean que estas corrientes representaron un punto de inflexión para la élite intelectual, que abrió nuevas problemáticas y reformuló las premisas de otras, en la configuración de un proyecto contrahegemónico de nación étnico cultural frente al paradigma liberal positivista. Ligadas al espiritualismo, la teosofía, el vitalismo y al pensamiento hinduista, influyeron en numerosos intelectuales a principios del siglo XX y sentaron las bases para pensar nuevos imaginarios nacionales y regionales y construir nuevos espacios de sociabilidad y nuevas redes intelectuales.

Casaús Arzú y García Giráldez presentan una interesante trayectoria como profesoras de la Universidad Autónoma de Madrid e investigadoras en numerosos proyectos sobre el desarrollo intelectual en Centroamérica. El libro es el fruto de uno de éstos. Ambas autoras, especialistas en las temáticas sobre la construcción de imaginarios nacionales y representaciones y redes intelectuales latinoamericanas, proponen un estudio exhaustivo no sólo de las representaciones discursivas y las influencias intelectuales de los pensadores centroamericanos entre 1820 y 1920, sino también de las redes y espacios de sociabilidad que crearon la denominada Generación del 1910 y Generación del 1920, enriqueciendo, así, la perspectiva analítica de la historia intelectual al comprenderla en su dimensión de vida intelectual. Estas redes fueron verdaderos forjadoras de la opinión pública, actor cada vez más importante en la vida política. Así, podemos observar de un modo más dinámico la construcción de los imaginarios nacionales, desde su construcción y su recepción, estrechamente intervinculados.

El libro está estructurado en cinco capítulos, el primero y el tercero escritos por García Giráldez y los demás, por Casaús Arzú. Cada capítulo se enfoca en diversos aspectos de las redes intelectuales y los imaginarios nacionales centroamericanos.

En el primer capítulo, García Giráldez analiza, a través de los modelos de la Patria Grande y la Patria Chica de los intelectuales guatemaltecos José Cecilio Valle, Pedro Molina y Antonio Batres Jáuregui, los imaginarios de la nación, las formas de gobierno y la ciudadanía en el siglo XIX. El proyecto de nación cívica del liberalismo decimonónico, que priorizaba la dimensión institucional y otorgaba un lugar fundamental a la educación ciudadana como factor de cohesión y progreso, cedía terreno hacia fines de siglo a uno excluyente que exaltaba una nación civilizada, impregnado de las ideas raciales del positivismo que buscaba la uniformidad biológica y racial eliminando a los elementos no asimilables o inferiores según la jerarquía de razas.

El segundo capítulo ahonda sobre la importancia de las redes teosóficas internacionales y regionales, las asociaciones de mujeres, las corrientes espiritualistas y vitalistas y el modernismo literario en los intelectuales como alternativa frente al positivismo y el materialismo como cánones imperantes. Este capítulo plantea, desde una perspectiva más teórica, abordar las prácticas asociativas donde se estrechan los vínculos interpersonales, en muchos casos de carácter supranacional, que dan consenso a las élites intelectuales y moldean a la opinión pública. Estos espacios cobran gran importancia dado que ofrecen a la sociedad civil nuevas legitimidades y nuevas representaciones colectivas para la Guatemala de principios del siglo XX como reacción a la crisis del proyecto liberal autoritario. Propondrán la regeneración moral del individuo y de la sociedad, incluirán a grupos antes discriminados por etnia y género y exaltarán una nacionalidad positiva o verdadera nacionalidad, incluyente, respetuosa de la heterogeneidad, participativa y democrática, delineando los rasgos de un proyecto de nación étnico-cultural -como los de Alberto Masferrer, Carlos Wyld Ospina y Fernando Juárez Muñoz-. Estas redes tendrán un sello antidictatorial y antiimperialista y coincidirán en la importancia de la búsqueda de lo propio para la identidad latinoamericana.

El siguiente capítulo se propone trazar el hilo de herencias y diferencias entre el proyecto de República Federal de Valle de principios del siglo XIX y el de la Patria Grande del movimiento socio-político unionista en las primeras décadas del siglo XX. García Giráldez aborda las diferentes alternativas supranacionales, el panamericanismo, panhispanismo y unionismo. En la década del 1920, el unionismo llevó a la práctica en leyes y reformas muchas de las ideas de estos debates que se difundían a través de la prensa y de las redes.

El cuarto capítulo analiza el rol de las corrientes espiritualistas en la prensa guatemalteca en los años veinte y la figura de Alberto Masferrer como uno de los intelectuales con mayor ascendencia sobre sus pares y su sociedad. Frente a la crisis del liberalismo y el positivismo las nuevas corrientes con bases espirituales, morales y sociales redefinen al Estado como social. Este proceso de revitalización del Estado y regeneración moral es liderado por el Partido Unionista en los años veinte. La autora insiste en la importancia de entender a este movimiento como una verdadera alternativa político-cultural contrahege-mónica frente a una crisis de paradigma. La idea fuerza de la regeneración plantea un cambio ideológico fundamental que realiza un pasaje de derechos cívico-políticos a sociales, donde el rol regenerador estaba a cargo de los indígenas y las mujeres. Aun cuando finalmente no triunfe políticamente, representa una revolución de las ideas que no puede pasarse por alto.

Por último, el quinto capítulo, también desde la prensa, analiza la problemática del indio desde la perspectiva opuesta. Los partidarios positivistas postularán soluciones eugenésicas, de exclusión y hasta exterminio en pos de una nación blanca y occidentalmente hegemónica que construyó una falsa percepción de la identidad cultural.

El lugar de la prensa en la obra es sumamente rico. Su naturaleza de fuente tiene una importancia fundamental, mas, también, forma parte del objeto de estudio desde los dos ejes que plantea la obra, como soporte de las prácticas discursivas intelectuales y como espacio de sociabilidad para el desarrollo de la vida intelectual.

En la conclusión se retorna la discusión historiográfica y se resalta el escaso tratamiento del tema para el espacio centroamericano. Tradicionalmente, la historiografía entendió al período de la década de 1920 como una transición o una década olvidada. Las ideas de algunas voces de la Generación de 1910 y la de 1920 en Guatemala no fueron tratadas adecuadamente y son fundamentales para la configuración de un modelo de nación cultural que frente a las teorías positivistas imperantes, rescataba la herencia del indígena y abría el debate en torno a su ciudadanía proponiendo medidas y reformas novedosas para la época desde un prisma completamente diferente. Además, cuestionan el carácter conservador que se les atribuyó esquemáticamente por no corresponder a los cánones del positivismo o del materialismo, sin percibir que se trataba de una tercera vía que delineaba, por primera vez en la escena política, un proyecto de Estado social.

En síntesis, la obra es un valioso aporte a la historiografía intelectual centroamericana para el público especialista, dado que echa luz sobre cuestiones olvidadas por la historiografía, así como por su abordaje desde una perspectiva cultural e interdisciplinaria del terna. Las autoras, además contribuyen a la disciplina en su propuesta metodológica y el tratamiento de las fuentes. El uso de, la prensa como fuente y objeto de estudio propuesto suscita interesantes interrogantes sobre la representatividad, la construcción y la legitimidad de los imaginarios sociales y el rol del intelectual como teórico y hombre de acción en esta operación.

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