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Siglo XXI / Dominical. letras de cierre. Pág. 26. Guatemala, domingo 13 de julio de 2008.

XII Rafael Menjívar Ochoa

Anoche morí otra vez. Ahora estoy bien. No sé si duró mucho; me pareció que no. Después caí dormido como un bebé que ha llorado durante horas.

No hubo llanto.

Abro los ojos. La almohada, bajo mi cabeza, está llena de sudor. No es sudor, me digo. Es sangre. Un disparo: ¿qué más? Las pistolas tienen un encanto que no tiene ningún otro ingenio: son maquinarias precisas, bellas, perfectas. No sirven más que para matar y morir. La razón profunda de una pistola es la muerte.

Durante toda una noche el mundo estuvo abolido, el poder con el que sueñan los villanos de las películas y la gente común y corriente que ve las películas protegida tras su bolsa de palomitas: la posibilidad de destruir el mundo con el movimiento de un dedo.

Anoche acabé con el mundo como lo hacen los suicidas todos los días de todos los años. Algo me diferencia de ellos: tengo la posibilidad de comenzar de nuevo, igual que un jugador de ajedrez. Muerte, miseria, angustia, de nuevo la muerte; quizá algo de felicidad, más miseria y angustia, y otra vez la muerte. Se recomponen las piezas y se comienza de nuevo, y la muerte es un hito entre tantas posibilidades de movimientos, posiciones, incógnitas, problemas. Los suicidas que triunfaron obtuvieron su recompensa, pero no la disfrutan.

Alzo las manos y las miro. No hay pistola. No hay sangre. Están un poco oscuras por el sol de los últimos días, por las caminatas en la playa, resecas por la sal. Todavía siento en ellas dolor por la fuerza con que tomé la pistola. Siento la huella del revólver en las manos; en la garganta hay el rastro de esa sensación de ahogo que queda después de haber disparado, y que nunca se olvida. Pero no hay arma. Alguna vez leí que las armas suelen aparecer a un par de metros de los cadáveres de los suicidas; huyen del acto atroz del que fueron instrumento.

¿Cómo puedo recordar que las armas huyen de los suicidas? Si disparé es imposible que recuerde. ¿Cómo recordar la palabra “suicida”? Nací libre y pronuncio la palabra “suicida”. (Bah.) Quiero sentirme estúpido por escribirla, pero no puedo. Porque es estúpido ordenarle al cuerpo que se dé muerte, y quizá ése sea el encanto que íntimamente mueve a los suicidas: la estupidez del acto y su inutilidad.

(Debo cambiar mi modo de pensar. Un suicida no puede creer que el hecho más importante de su vida sea el más estúpido: el que se mata destruye el universo de un solo golpe, solitario y egoísta. La idea de que se actúa por egoísmo tampoco es estimulante, pero el egoísmo rechaza la idea del egoísmo; por ese lado puedo estar tranquilo.)

La almohada sólo está llena de sudor. No es sangre. Estoy vestido (pantalón, zapatos, camisa ligera), húmedo de sudor. Debe ser sudor. El sol me da en la cara. Es la costumbre de no cerrar las cortinas y de creer que uno no está encerrado si el sol entra por las ventanas, o el aire, o las voces de la gente y el murmullo de los automóviles.

Humedad, mucha humedad. El sol es una inmensa masa de fuego que flota sobre el puerto; espera que salga a la calle para tragarme. Algo se me resbala por la ceja, pero no me atrevo a alzar la mano y tocar. ¿Una mosca? No zumba, y las moscas zumban.

Las moscas zumban sobre los muertos. Las moscas zumban sobre los vivos. Las moscas zumban sobre los niños. Las moscas zumban sobre los perros y bajo los perros y a los costados de los perros. He oído pocas moscas que zumben, excepto las que están cansadas de chocar contra los vidrios de las ventanas. No zumban: tosen. Generalmente vuelan en silencio, se posan sobre cualquier cosa, vuelan de nuevo y vuelven a posarse, y así se pasan la vida. Mueren y otras moscas vuelan sobre sus cadáveres diminutos. (Dejad que las moscas entierren a sus moscas.)

¿Cuáles moscas zumban? ¿Las moscas viejas? ¿Las hambrientas? ¿Las moscas estúpidas, si hay más estupidez que la de ser una mosca? ¿Las menos aptas para el vuelo zumban? ¿Zumban porque sí, porque no? Las moscas son poco más que instinto de sobrevivencia con alas, antenas y patas, muchas patas. Sobrevivir es huir, y las moscas huyen: uno trata de tocarlas y de repente ya no están allí; han escapado. Vuelan a la velocidad de los fantasmas. (¿Es una paradoja hablar de instinto de sobrevivencia e inmediatamente después mencionar a los fantasmas?) Las moscas sobreviven, se pasan la vida sobreviviendo para que nuestros desechos tengan sentido. Para que el cadáver tenga vida, mil patitas que le den movimiento, miles de ojos que lo vean como algo codiciable. Las moscas saben el precio exacto de un cadáver; a nosotros apenas nos produce terror o náusea. O lástima.

Por eso las moscas sobreviven: saben lo que vale un cadáver. Por eso hay tantas. Por eso no zumban. Por eso sólo algunas zumban, quiero decir: las que se estrellan con insistencia contra los cristales de las ventanas y días después, cuando las hemos olvidado, aparecen en forma de cadáveres que uno toma entre el pulgar y el índice y arroja a la calle. Otra mosca llegará otro día y zumbará para que las cosas permanezcan.

Es el instinto de sobrevivencia lo que mata a las moscas, lo que las hace zumbar: se estrellan contra la ventana para salir al aire, para volar y alimentarse de lo muerto y de lo vivo y frotarse las patitas como prestamistas avaros. Son maquinarias de autogratificación.

Las moscas están allí, nada más. Vuelan y vuelan y luego mueren. Nada que un periódico doblado no sea capaz de resolver.

Lo que resbala por mi ceja no es una mosca.

Si fuera una mosca lo sabría. La sensación de una mosca sobre la piel es algo con lo que se nace. Sólo es sudor, me digo.

Alzo la mano y me la llevo a la ceja. No me atrevo a tocar; quizá después de todo sí hubo un disparo. Encontraría un agujero pequeño, oscuro, profundo, triste. Quizá mi cuerpo a pesar de todo sí está muerto. Quizá sólo imagino que muevo la mano y que estoy a punto de tocarme una ceja. Quizá es el cerebro que, por costumbre, trata de mover un miembro mutilado, y el miembro mutilado es todo el cuerpo. Quizá sí existe el alma y la he perdido. (Es decir: mi alma quedó atrapada dentro de un cuerpo que comenzó a corromperse en el momento exacto de la muerte.) No recuerdo el ruido del disparo.

¿Veneno? Jamás. ¿Una cuerda? “Puedes perder la dignidad, el respeto y hasta la vida y no pasa nada. Si pierdes el estilo, perdiste todo”, decía M. en la época en que perdió todo, incluso el estilo. El veneno les da a los cadáveres una expresión que no quiero. Un cadáver que cuelga del techo es siniestro sólo a fuerza de ser cómico: en cualquier momento aparecerán veinte niños que vendarán al niño número veintiuno, le darán vueltas sobre su eje, le pondrán en la mano un palo de escoba forrado con papel de china y lo harán que golpee el cuerpo hasta que reviente y de su bajo vientre brote una lluvia de frutas y cacahuetes.

Veo el techo. Encuentro lo mismo que he encontrado en los últimos días: una capa muy rala de pintura blanca, un foco. Sobre el foco se empieza a formar un alfombra de polvo. También el piso está lleno de polvo. El cuarto vacío. El cuarto que nadie usa. Toda la casa está limpia, bien pintada, amueblada. Ese cuarto siempre estuvo así. El cuarto de mis muertes. (Quizá deba cambiar de costumbres, al menos de lugares.)

La sensación viscosa en la ceja se detiene. Aún está allí, pero se queda quieta. Todavía tengo la mano alzada. Extiendo un dedo y toco.

Es algo líquido y espeso. Si hubiera un espejo en el techo vería mi cuerpo, todavía sin teñirse del color de los cadáveres, con los ojos abiertos y vacíos y sin embargo asustados porque el último golpe, a pesar de toda la premeditación, fue sorpresivo.

Pero no hay espejo.

El capítulo reproducido pertenece a la novela Trece, del escritor salvadoreño Rafael Menjívar Ochoa. La casa editora guatemalteca F&G Editores (fygeditores.com) ha realizado la segunda edición en español de esta obra, también publicada en francés. Trece se presentará el martes 29, en la Feria Internacional del Libro en Guatemala, FILGUA; 3 p.m. Salón Augusto Monterroso, del Parque de la Industria.

Prensa Libre / Weekend. Pág. 2. Guatemala, viernes 22 de agosto de 2007.

Libro
Trece

Rafael Menjívar Ochoa escribe el diario en el cual un suicida consigna los 13 días anteriores a su fatal decisión, durante los cuales encuentra tanto motivos para seguir como para cumplir con el pacto que ha hecho consigo mismo. Detallista, grotesca a veces, psicológica y bien redactada, garantiza una atenta y rápida lectura.

Prensa Libre / Revelaciones. Pág. 55. Guatemala, viernes 5 de septiembre de 2008.

TRECE
Por: Margarita Carrera

Además del talento innato, observo que Rafael Menjívar Ochoa ha tenido éxito dentro del mundo desarrollado.

Escritor, periodista, traductor. Vivió fuera de El Salvador de 1973 a 1999, especialmente en México. Una parte de sus novelas se ha publicado en francés, y sus cuentos aparecen en antologías en Francia, Alemania, Italia, España y México. Esto me recuerda a Cardoza y Aragón, Monteforte Toledo y Tito Monterroso. Talentos excepcionales con no menos excepcionales oportunidades dentro del desarrollo.

Me concentro en la novela Trece de Menjívar. El tema más que filosófico (como lo quería Camus), es, según mi punto de vista, psicológico: el suicidio. La muerte cuando nosotros deseamos, como nosotros deseamos y donde nosotros deseamos. Pero alrededor de ésta, se alínean pensamientos que podrían ser ensayos o simples observaciones. En el Mito de Sísifo, Camus se aleja de la psicología profunda, comulga más bien con la filosofía: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”. “Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. ¿Es esto verdadero? Habría que preguntarle a Freud.

Menjívar no ha tenido psicoanálisis, sí practica un análisis filosófico de cuanto le rodea. Libre de pasiones, su personaje decide suicidarse después de que pasen trece días. En algunos capítulos hay reflexiones, observaciones, pensamientos sin mayor importancia, por lo menos para el lector: “Siempre he tenido pánico de volar. Hoy hubiera sido un excelente día para viajar en avión…” “Quizá me quede aquí, viendo a la muchacha hasta que su belleza se marchite”.

En los capítulos en donde nos relata aconteceres con su familia, la historia se torna interesante. Pero ¿dónde está la pasión? Un hombre o una mujer sin pasión, creo yo, bien merece morir. Pero no lo hará con sus propias manos. Los días pasarán siempre iguales, siempre que no haya malestar físico alguno o alguna pena por equis cosa. Pero esto que hago parece más bien una crítica, no un análisis literario de la obra. ¿Analizar qué? ¿La estupidez del personaje principal? ¿Su carencia de afectos profundos y verdaderos? Ni siquiera un perro o un gato a quien entregar su cariño. ¡Ya sé! El personaje es impotente. Quien no sabe amar a nadie, necesariamente es un impotente, aunque funcione sexualmente. Menjívar Ochoa, estoy segura, tiene mejores obras. Si no, no tendría tanto éxito en el exterior. Desdichadamente en el exterior hay también múltiples escritores sin pasión.

Aparentemente frío, Borges estaba lleno de pasión. No concibo una obra sin pasión. Por eso, quizá, me deleita tanto Madame Bovary. “Es que yo soy Madame Bovary”, nos dice Flaubert. El suicidio es totalmente justificable en este personaje femenino tan magníficamente trazado. Fuera del suicidio, no encuentra salvación alguna. Aunque el arsénico le provoque dolores infinitos. También existe el suicidio lento, de agonía prolongada a manera de autocastigo infame. Quien se suicida es quien ama con hondura la vida. No el que la desprecia. Opiniones –las mías- que no quitan ni ponen nada a Trece . Una obra bien escrita, casi de manera impecable. Para mí, el problema de la novela es la carencia de pasión. Pero Menjívar Ochoa no lo vio así cuando la escribió. Una vez publicada, ya no le pertenece del todo. Pertenece a los lectores que pueden rehacerla o deshacerla, como quieran. Es simple cuestión de filosofías, psicologías y opiniones.

Suplemento Cultural / Revista de libros. Pág. 8. Guatemala, sábado 11 de octubre de 2008.

 

Trece de Rafael Menjívar Ochoa

Lilian Fernández Hall

En el marco de la V Feria Internacional del Libro en Guatemala (Filgua), se realizó el lanzamiento simultáneo de tres novelas escritas por sendos autores salvadoreños. Es otro de los arrojados proyectos de la editorial F&G que, de esta manera, elige poner sobre el tapete una muestra variada de la literatura más actual de El Salvador. El proyecto es arrojado, no porque los escritores elegidos sean novatos o de dudosa calidad -por el contrario-, sino porque desde ya cualquier publicación de literatura de ficción en Centroamérica es un proyecto de riesgo económico. Por varias y bien conocidas razones, el libro es todavía un producto de lujo para el ciudadano común, y las ventas de este tipo de literatura difícilmente resultan ventas masivas. Al decidir editar estas tres obras en forma simultánea, la editorial F&G demuestra que el lema que acompañó al evento: "Vamos por un país de lectores" no es un eslogan carente de contenido.

Las obras presentadas son: "Trece" de Rafael Menjívar Ochoa, "El sueño de Mariana", de Jorge Galán y "Los locos mueren de viejos" de Vanessa Núñez Handal. Estos tres son autores muy diferentes entre sí. En distintos puntos de su carrera y presentando, a su vez, sendas novelas que marcan rumbos disímiles en el panorama de las letras salvadoreñas, lo cual resulta altamente interesante, puesto que, quizá, marcaría un alejamiento de la llamada "estética del cinismo" que parece haber predominado en la literatura centroamericana de postguerra.

Menjívar Ochoa es, de estos tres autores, el más establecido y el de más méritos literarios. Con ocho novelas publicadas, además de cuentos, poesía, ensayo y traducciones, es uno de los escritores más sólidos del país. Participa, además, del debate de actualidad en El Salvador a través de sus textos periodísticos, programas de radio y blogs. "Trece" fue publicada por primera vez en 2003, en edición del Instituto Mexiquense de la Cultura. Traducida luego al francés en 2006 ("Tríese", Ed. Cenomanne, traducción de Thierry Davo) es ésta, la versión de F&G, su segunda edición en idioma original.

"Trece" es el título de esta novela, trece el número de sus capítulos y trece los días que transcurren desde la decisión del personaje central de suicidarse hasta su desenlace. La elección del número trece no es, obviamente, ninguna coincidencia. El número trece simbolizó, desde la antigüedad, el inicio de un nuevo ciclo, una nueva vida y se transformaría luego en símbolo de la muerte. La carga nefasta del número trece parece provenir, según algunos investigadores, de la Última Cena, celebrada por Jesucristo y los doce apóstoles (es decir trece a la mesa) en la cual el Hijo de Dios fue traicionado. La misma idea preside el simbolismo del Arcano XIII del Tarot: la Muerte, a su vez la decimotercera Vía a la Sabiduría, según los cabalistas, correspondiente al sueño, a la crisálida y a la noche. Y es justamente la muerte (y su revés, la vida) y las formas de acercamiento a ésta, el tema principal de la novela.

Como siempre, en las novelas de Menjívar Ochoa, la estructura del relato es impecable. En una suerte de cuenta regresiva, los capítulos se presentan en forma descendente del XIII al I, reflejando los días en que transcurre la acción. El personaje principal y narrador, un hombre joven carente de nombre propio (también recurrente en los textos de este autor) realiza un relato contenido y tenso de los días que le quedan -por propia decisión- para vivir. Esta contención en el relato no debe ser confundida con frialdad o indiferencia. La actitud negligente del narrador, su enorme egocentrismo, su vanidad, no son más que ropajes que, a nuestro modo de ver, disfrazan una angustia desgarradora. Angustia que, quizá, se remonte a sus años infantiles, en manos de una madre sádica y desequilibrada. Tampoco es el suicidio un acto maquinal, inhumano; por el contrario, el narrador dice "Pocas cosas hay más humanas que buscar la muerte". ¿Por qué desea suicidarse el personaje principal? Es, tal vez, la pregunta más difícil de contestar luego de leer este libro. ¿Por el placer a la aventura? ¿Como una forma extrema de individualismo? ¿Por no soportar más la vida? La respuesta que él mismo proporciona es difícil de asimilar: por puras ganas, porque le llegó la hora, sencillamente ("...las ganas de irse, como quien se va de una fiesta llena de gente con la que no quiere bailar").

Uno de los rasgos más sobresalientes del suicida es su enorme lucidez, su capacidad de observar: su mirada es una especie de rayos X que ve la vida pasar, la gente simple vivir. La joven que acompaña al joven suicida en sus últimos días es el mejor ejemplo: una completa afirmación de la vida como biología pura. Una joven que bebe jugo de naranja durante el día y ron por las noches, que afirma la sexualidad como su centro y razón de ser ("...se maquilla, se viste, se perfuma y habla para el sexo. Descansa para el sexo. Toma jugo de naranja para el sexo, y ron para el sexo. La discoteca y después el sexo. La comida campestre y el sexo..."), que duerme el sueño de los simples; bendición que le es negada al narrador, insomne y lúcido a través de cada noche.

¿Qué nos quiere decir Menjívar Ochoa con esta novela? Cada uno encontrará seguramente su propia respuesta, o se quedará sin ninguna. ¿Es la absurdidad de la vida? ¿El golpe de adrenalina al jugar con la muerte? ¿La vida como una especie de ruleta rusa prolongada, cuyo final tarde o temprano es la muerte? ¿Una catarsis literaria, donde el personaje muere para que el autor siga viviendo? Toda interpretación es válida. Puede quedar el sabor de un simple coqueteo con la muerte, una variación a un tema recurrente, un juego laberíntico a la Menjívar. Es, sin embargo, una prueba más de la destreza narrativa del autor, quien combina en "Trece" un tema de una intensa carga emocional con una manufactura perfecta. Y retomando el sentido trascendente de la muerte, tal como nos la presentan los misterios del Tarot, donde la idea de la muerte está ligada a la resurrección y la vida, ésta búsqueda podría interpretarse como un deseo de pasar un límite, un umbral, para iniciar algo nuevo. No en un sentido religioso tradicional, sino de una manera más universal, en donde cada muerte da lugar a un nacimiento.

Como toda buena obra de arte, la novela de Menjívar Ochoa no nos proporciona ninguna respuesta prefabricada, sino que plantea una serie de preguntas esenciales y estimula al lector a encontrar sus propias respuestas. Una muestra más de la calidad de la narrativa salvadoreña actual.

elPeriódico / Cultura y ocio. Pág. 19. Guatemala, martes 4 de noviembre de 2008.

"TRECE"
» Rafael Menjívar Ochoa / F&G Editores
Escaparate

La decisión de suicidarse con un plazo de 13 días... El único motivo para suicidarse resulta ser la condición del simple hecho de estar vivo, de respirar. La narración de estudio minucioso, lúcido y a veces cruel sobre los límites que existen entre la vida, la fantasía; entre lo cotidiano y la nada.

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