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Siglo XXI / Magacín. Pág. 8. Guatemala, domingo 11 de julio de 2010. |
Palabras blandas —... vuelve a amar. Giro la llave, empujo la puerta, entro al corredor oscuro del apartamento y escucho la frase. Presumo que está sentado en el sillón del dormitorio, que no se ha bañado aún, que está rabiando, diciendo frases en voz alta, como le pasa cuando ha tenido una mala noche. Me esfuerzo por hacer ruidos que él pueda oír, para que sepa que ya estoy aquí, mientras acomodo la bolsa de las compras en la mesa de la cocina. Luego entro a la sala para llegar a la puerta que comunica con el estrecho dormitorio. Lo saludo sonriente, tratando de disimular los confusos sentimientos que siempre me asaltan cuando vengo a verlo. Él no contesta, no me mira siquiera, finge leer en voz alta y me quedo parada allí, esperando alguna señal suya, alguna petición. Sé que está enojado conmigo porque llegué tarde y no lo llamé para avisar. Deduzco también que tiene otro ataque depresivo y que va a estallar en cualquier momento, que tomará el bastón y tirará los libros de los estantes, y yo tendré después que recogerlo todo. Luego le prepararé un té de manzanilla para calmarlo y él lo tirará sobre la alfombra, gritándome “¡lo que necesito es un whisky doble, no un té para ancianas!”, y yo violaré las prohibiciones de los médicos y le concederé sus deseos, todos sus deseos. Buscaré la botella que él mismo esconde para que yo no la encuentre pero que siempre termina confesando dónde está, y me sentaré con él el resto del día, bebiendo y escuchándole escupir su amargura. —Llegaste tarde —me dice al fin, sin levantar la vista de su libro. —Sí, tuve que ir al supermercado. No tenías nada en la alacena. Levanta la vista para examinar mi rostro cuando le respondo, para saber si miento o digo la verdad. Lo miro fijamente y él me sostiene la mirada. Me acerco. Me arrodillo junto a su sillón para poder tener su rostro un poco más cerca del mío. —¿Quieres que te prepare un buen desayuno? Apuesto que no cenaste anoche, que hoy te levantaste tarde y que ni siquiera te has bañado. Tampoco te has afeitado —lo compruebo pasando mi mano por sus mejillas ásperas—, ¿quieres que te afeite? —¡No me trates como a un inútil! Ya debería estar acostumbrada, pero no soporto sus reproches. Me levanto y voy a la cocina sin decirle nada. Desempaco las cosas y trato de tener paciencia. Tomo el vodka que compré y lo guardo en el mismo lugar donde esconde sus botellas. “Esconder sus botellas”. Tonto. La única persona que viene aquí soy yo. ¿Para qué esconder el licor, de quién más que de sí mismo? Cuando termino, salgo al pequeño balcón que hay en la cocina. Enciendo un cigarrillo. La brisa se lleva el humo y me despeina un poco. De pronto tengo sed y pienso que en vez de un desayuno, lo que necesitamos ambos es un buen trago. Voy a evitar el capítulo en el que tira los libros, el té de manzanilla y todo lo demás: entro al dormitorio con el vodka y un par de vasos. Por primera vez, en mucho tiempo, lo miro sonreír.
Mira el vaso que tiene entre sus manos. Hay un silencio muy largo que yo no deseo interrumpir. Creo que ni él tiene claro por qué ha pasado todo esto, por qué todo ha llegado a este punto: un hombre que a sus 56 años está encerrado en su apartamento, enfermo, sin amigos, que se la pasa bebiendo y leyendo, sin otro contacto humano que el mío, la única persona que ha podido sobrevivir a sus sarcasmos y malos humores. Depende de mí. No puede hacer nada sin mí. Su vida soy yo. Yo traigo la comida, los medicamentos, el licor. Y los libros. Y a mí misma. Soy el único ser humano con el que conversa. Soy su único vínculo con el mundo exterior, con la vida afuera de estas paredes. El teléfono lo tiene para eso, para llamarme por las noches, cuando sufre de insomnio. O para pedirme que llegue los fines de semana, cuando está demasiado deprimido como para estar solo. O cuando está borracho y tiene algún acceso de ternura y me agradece entre balbuceos todo lo que hago por él. Para decirme que si no fuera por mí, ya hace mucho tiempo que se habría pegado un tiro. * * * Vivo en otra parte de la ciudad, a media hora de su apartamento. Necesito ese espacio, esa distancia. Necesito salir de ahí por las tardes, ver el sol, escuchar la risa de las personas en las calles, ver los edificios, los coches, el bullicio de la vida. Ese trayecto es el único pedazo de vida que me queda. Varias veces me ha pedido que busque un apartamento más cerca del suyo, o que me mude al mismo edificio. Que así yo no tendría el inconveniente de viajar todos los días, que estaría más cerca de él, cuando me necesite. No tengo corazón para decirle la verdad. Y la verdad es que necesito estar un poco lejos. Que mi vida no es solo él. Que afuera hay un mundo lleno de luz y movimiento que a mí me gusta y en el cual quiero vivir. Pero nunca va a dejarme. Él me atará a su lado, me tendrá con él hasta que se muera. No tengo corazón para decirle que cuando entro a su apartamento siento asfixia, angustia, opresión. Y que también siento pena. Y que cuando le hablo, lo hago siempre con la intención de darle unas pocas migajas de esperanza a su oscura vida. No. No somos amantes. Nunca lo fuimos. (*) Este fragmento pertenece al cuento Palabras blandas, de la escritora salvadoreña Jacinta Escudos. La obra forma parte del libro Crónicas para sentimentales (publicado por F&G Editores) que la autora presentará en la Feria Internacional del Libro, la cual se inicia el próximo viernes en el Parque de la Industria. Visite filgua.com. |
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Diario de Centro Ámerica / La Revista Pág. 14. Guatemala, viernes 16 de julio de 2010. |
Crónicas para sentimentales Un adolescente busca el amor en una mujer madura, un discurso de rompimiento sin pronunciar, la vejez y la dependencia ¿cuentos o retratos? Jacinta Escudos explora en lo cursi y sentimental sin perder el afán de desmitificar los temas tabú incluso en los acontecimientos más triviales de la vida humana. |
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Siglo XXI / Magacín. Pág. 2. Guatemala, domingo 18 de julio de 2010. |
La agenda de la Feria Internacional del Libro ofrece para esta semana alrededor de 30 presentaciones de obras, entre títulos de pedagogía, investigación, poesía y novela. Algunas son: Claustrofilia y Los idiomas de la arena, de Marco Valerio Reyes (lunes 19, 5 p.m. salón Agua). Crónicas para sentimentales, Jacinta Escudos (martes 20, 6 p.m. salón Fuego). Antes de la luz, Kristina Boman y Leticia Josefa Velásquez (martes 20, 7 p.m. salón Agua). Un hoy que parece estatua, de Aída Toledo y Frente al espejo, de Gabriela Gómez (martes 20, 7 p.m. salón Fuego). TODAS ESTAS ACTIVIDADES SE REALIZARÁN EN EL PARQUE DE LA INDUSTRIA, 8A. CALLE 2-33, ZONA 9. LA ADMISIÓN ES Q5 PARA ADULTOS; LOS NIÑOS ENTRAN GRATIS. VISITE FILGUA.COM PARA CONOCER TODA LA AGENDA. |
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elPeriódico / Cultura & ocio. Pág. 20. Guatemala, martes 20 de julio de 2010. |
Presentación de libros En el marco de la séptima edición de la Feria Internacional del Libro de Guatemala (Filgua), se presenta una serie de libros y autores que expondrán entre nuevos títulos algunas reediciones. A continuación presentamos los textos de poesía, cuento, novela y crítica que estarán en la sede de Filgua, en el Parque de la Industria, durante esta semana. Y de paso, algunas sinopsis, descripciones y breves lecturas de contraportada.
“Crónicas para sentimentales” Contraportada: con Crónicas para sentimentales, la salvadoreña Jacinta Escudos nos presenta otro ejemplo de la continuidad en la discontinuidad de los escritores incalificables. En contraposición a sus Cuentos sucios (1997) en los cuales exploró temas incrustados en el lado oscuro de los seres humanos, en las Crónicas para sentimentales se atreve incursionar en lo cursi, lo trivial y sentimental sin perder su afán de desmitificar temas tabú, hasta en los acontecimientos más cotidianos de la vida humana. |
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